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Pero ¿es que no sabes na de las cosas del ofisio? ¿Es que vienes de segar?... Corría en Madrid, toros de Miura, y me pones el traje rojo, el mismo que llevaba el pobre Manuel el Espartero... ¡Ni que fueras mi enemigo, so sinvergüensa! ¡Paece como que deseas mi muerte, malaje!

«Ya, ya sabemos que se le lleva consigo... dijéronle con retintín . Así se portan las mujeres de rumbo, que estiman a un hombre... Vaya, vaya, que eso es correrse... Bien se ve que se puede. ¡A ver!... Pero como a ustedes no les importa, yo digo... ¿Y qué? Pues na... En fin, aliviarse. ¡Contento que tiene usted al ciego Almudena! ¿Qué le pasa?

«¿Qué, se nos enfada?... Pues nada, quédese usted con su angelito. ¿Pues qué se ha creído el muy majadero, que nos tragábamos la bola de que el Pituso es hijo del esposo de esta señora? ¿Cómo se prueba eso?...». Yo na tengo que ver... pues bien claro está que es pae natural replicó Izquierdo de mal talante , pae natural del hijo de mi sobrina, verbo y gracia, Juanín.

Estás paliito y ojeroso como un chavaliyo de quince años. Me da lástima de ti y no quiero que te ahoguen las fatigas. Si deseas que Soleá te quiera como antes y se case contigo pásate mañana por mi casa y te daré el remedio... ¡Pero cuidao que digas al lechonaso de Antonio!... Ve á la hora en que está en la oficina... Ya sabes, después de las diez.

Fuera de eso continuó Pateta siempre ha estado de buen humor: hasta cuando tuvo que dejar la carrera, que a poco entró en la imprenta... y como si : él, en trabajando, ya está contento. No sabe Vd. la vida que yeva: él aquí con su papá de Vd., él en la imprenta, él en el destino que ice Vd. que le quién quitar. Es una fiera el trabajo, y cuanto gana, a su casita.

¿Mía?... gritó ¿Yo... envidia... de ti? ¿De la Villamelón? ¿De la Vi... lla... me... lo... na? Y se reía con una carcajada en que iban envueltos todos los rencorcillos mujeriles de tiempos atrás almacenados, mientras acentuaba las sílabas de aquel Vi... lla... me... lo... na, que era, por una extraña manía, el mayor insulto que podía hacérsele a Currita.

Esta es una señora que sabe más que Lepe, y cuando la veo reconosco que soy un bruto, y me queo con la boca cerrá, y no hablo que no meta la pata. Na, don José... ¡que no voy! ¡que no debo ir! Pero el apoderado, seguro de convencerle, le llevó hacia la casa de doña Sol, hablando de su reciente entrevista con la dama. Mostrábase algo ofendida por el olvido de Gallardo.

Toda la Inclusa era nuestra, y en tiempo leitoral, ni Dios nos tosía, ni Dios, ¡hostia!... ¡Aquél , aquél !... A cuenta que me cogía del brazo y nos entrábamos en un café, o en la taberna a tomar una angelita... porque era muy llano y más liberal que la Virgen Santísima. ¿Pero estos de ahora?... es la que dice; ni liberales ni repoblicanos, ni na.

Es cháchara, y na más. Tengo mujer y cuatro hijos, y la probesita llora por mi causa más que la Virgen de las Angustias. Yo soy moro de paz. Un desgrasio, que es como es porque le persigue la mala sombra. Y como si tuviese empeño en hacerse agradable a doña Sol, rompió en entusiastas elogios a su familia. El marqués de Moraima era uno de los hombres que más respetaba en el mundo.

En otra, una joven tocaba el piano, de espaldas a la calle: me paré un instante a escucharlo, y conmigo una mujer del pueblo que, metiendo la cara por las rejas, dijo: Señorita, señorita. La joven se volvió preguntando: ¿Qué se ofrece? Na, señorita; que me gutaba uté por etrá y quería ver si po elante... ¿Y cómo soy por delante? replicó la chica sin turbarse. Como un botón de rosa, mi corasón.