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Yo soy una persona desente, señá Angustias, y hase usté mal en yamarme eso feo que me ha yamao endenantes. ¡Por vía e la paloma!... Cuando se es del comité y vienen a consultarle a uno en día de elecsiones, y concejales y diputaos han chocao esta mano que usté ve aquí, ¿se pueden haser siertos papeles?... Repito que na.

La vergüenza hizo que volvieran los colores a las pálidas mejillas del fidalgo español. Es que no eres una mujer como otras... ¡Ya lo creo, caramba!... ¡Pues si me descuido, caramba! ¡Ya lo creo! ¡Si te descuidas, caramba! exclamó haciendo burla la chula. En verdad que Romadonga estaba descompuesto y aturdido que daba lástima. Si te descuidas, ¡na! prosiguió Concha.

¿Quién, el Pollo? ¡Anda, que buen polvo lleva a estas horas! exclamó soltando la carcajada. ¿Cómo? ¡Na, que se ha fugado esta misma noche de la cárcel! Abrió un agujero en la pared con una palanqueta, que nadie sabe quién se la dio ni cómo la escondía, y se tiró al patio. De allí gateó por la pared y subió al tejado de un almacén, y de allí se echó a las huertas.

Eso no vale na, ¡embustero! decía reprobando un capeo mal dado. ¡Arza der suelo, cobardón!... A ve, que le den vino pa que se le pase er susto gritaba cuando un muchacho persistía en seguir tendido luego de pasarle el toro sobre el cuerpo.

Temo que le quiten el destino que tiene en la biblioteca del Senado, y quisiera estar prevenida para parar el golpe. ¿Sabes si es esa la razón de que esté hace ya muchos días tan tristón? ¿De veras no puedes decirme nada? Pateta cayó en la red. Yo, de eso del destino, no : preguntaré. Por lo demás, no qué le pué haber pasao.

Hasta que al fin se cansó de no oír na que le emportase... ¡Ay, amigo del alma! me dijo santiguándose, tienes un pecho ¡líquido! ¡líquido! que en mi vida he visto otro igual... Eso ya lo sabía yo, D. Rafael... Al llegar aquí se detuvo repentinamente, y paseando una torva mirada por el auditorio, masculló sin que le oyesen: ¿De qué se reirán estos burros?

No, señor; ¿por qué lo pregunta? Por na... Es que a los de Cabra los suelen llamar cabrones. Quedé espantado. Creí que aquella agresión brutal iba a producir una escena trágica. Pero afortunadamente no fue así. El catalán dijo que aquel insulto no se lo diría fuera. Cueto respondió que se lo repetiría donde y cuando gustase.

La madre estaba sentada al pie del farol, en el pedestal de la columna de hierro; un pañuelo muy sucio en forma de látigo, atado con un soberbio nudo por el medio, era el zurriago que representaba allí el poder coercitivo. La niña haraposa empuñaba el lienzo por un extremo y el otro iba pasando de mano en mano por el corro de chiquillos. ¡Na!... decía la madre.

Unos se quedarán en da que guardacostas por los mares de acá, y se refiere ello á , á barloventear, como quien dice, de este puerto al otro, y á correr un chubasco de vez en cuando; pero como nos conocen estas aguas, no hay cuidao por ello. Otros irán á la otra banda, al apostaero.

Juega mucho, pa que lo apresien sus nuevos amigos; pierde mucho también, y el dinero entra por una puerta y se va por otra. Na le digo. Al fin, él es quien lo gana. Pero ha tenío que pedir prestao a don José pa cosas del cortijo, y unos olivares que compró este año pa unirlos a la finca fue con dinero de otros.