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E por ende si a vos pluguiese que nos probemos vos é yo, uno para otro, fasta que uno de nos o ambos por ventura muramos, a mi plasera mucho é aquí presto. E respondiole Mosen de Sant Pedro que le plasia é se citaron en el prado de Sant Ana.

En cambio, el señor Diego de Bracamonte, de la casa de Fuente el Sol, descendiente de Mosén Rubí de Bracamonte y emparentado con la más clara nobleza de Castilla, juzgaba, lleno de heroico desenfado, la política del Rey. La arrogancia de aquel hombre se erguía almenada y sola. El discurso flameaba en su boca cual sedicioso pendón. Aun su mirada y su ademán eran temerarios.

Los nombres de todos ellos los conocía Ferragut por haberlos leído en las Trovas de Mosén Febrer, métrico relato en lemosín de los hombres de guerra que vinieron al cerco de Valencia desde Aragón, Cataluña, el Sur de Francia, Inglaterra y la remota Alemania.

Al terminar esta lectura se desvaneció nuevamente en la atmósfera cual vana visión. Cuando estuvieron otra vez en la calle, Ramiro preguntó: ¿Cómo llamáis a este hombre? Mosén Raimundo. ¿Y sabéis de qué suerte se hace invisible? Yo entiendo que mediante la piedra heliotropio, tratada de misteriosa manera.

El jefe del cuartelillo no se atrevía á registrar la iglesia, pero miraba de reojo á Mosén Jòrdi, un bendito capaz de permitir que escondiesen el tabaco en los altares á trueque de que le dejasen pescar en paz. Los ricos vivían con la espalda vuelta al pueblo, contemplando la extensión azul sobre la cual se arriesgaban las casas de madera que eran toda su fortuna.

Mosén Jòrdi, el cura párroco, era víctima de este mujerío desbordante, que amargaba su existencia con rivalidades y peleas. El hombre de Dios amaba la soledad tranquila del mar, y despachaba aprisa su misa para instalarse cuanto antes en un lugar favorable de la costa con sus cañas y sus redes. Nadie como él conocía el motivo de la irritabilidad femenil que revolucionaba al pueblo.

Y el buen Mosén Jòrdi, que tenía la libertad de lenguaje de los castos, la descarada franqueza de los simples, lamentaba á gritos la locura de estas furias sometidas á su cayado espiritual. ¡Cuándo volverán los que están en el mar, para que tengamos paz!... ¡Cuándo dormirán los hombres en sus casas, para que os hartéis!... La sabiduría hablaba por su boca.

No ve una tierra nueva sin cantar Salve Regina «y otras prosas», como él dice en su lenguaje... Y este mismo soñador piadoso da lecciones de astucia y traición a su teniente el caballero aragonés Mosén Pedro Marguerit para que prenda a Caonabo, belicoso cacique, y le recomienda que le envíe emisarios con buenas palabras hasta que éste venga a visitarle. «Y como por ser indio anda desnudo le dice poco más o menos , y si huyese sería difícil haberlo a las manos, regaladle una camisa y vestídsela luego, y un capuz, y un cinto por donde le podáis tener e que no se os suelte

Colón, que deseaba aprisionar en Santo Domingo al cacique Caonabo, organizador de la resistencia indígena, vio fracasadas todas las malicias y felonías que con arreglo a la mala fe de la época fue aconsejando a Mosén Pedro Margarit y sus tenientes. Sólo consiguió su propósito al encargar a Ojeda esta captura.

Aquella noche algunos caballeros enlutados atravesaban la ciudad a la luz de las hachas, llevando sobre los hombros largo ataúd, que fueron a depositar en la capilla de Mosen Rubí. Valderrábano, al dejar la iglesia, apoyose en el hombro de Ramiro y lloró tiernamente. Ramiro no pudo dormir en toda la noche.