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Actualizado: 7 de mayo de 2025
Todo esto sin contar que Teresa, más de una vez, se encerraba en su estudi, y abriendo un cajón de la cómoda, desliaba pañuelos sobre pañuelos para extasiarse ante un montoncillo de monedas de plata, el primer dinero que su marido había hecho sudar á las tierras.
Y aunque todas le servían con agrado y diligencia, se distinguía particularmente por su entusiasmo Presentación. ¡Las diabluras que aquel hombre festivo llevó a cabo con ella, sacándole monedas del pelo, de las narices, del cuello!... ¡Timoteo ansiaba beber su sangre! A las once, poco más o menos, hizo su entrada triunfal en el Vivero la familia del presidente de la Liga de Productores.
De improviso se levantó, sacudido por una idea; fué al escritorio donde tenía el dinero; sacó un cartucho de monedas que debían de ser calderilla, y vacíandoselo en el bolsillo del pantalón, púsose capa y sombrero, cogió el llavín, y á la calle. Salió como si fuera en persecución de un deudor.
A media mañana se fue al billar; aunque hijo de familia no come nunca en casa; entra en el café metiendo mucho ruido, su duro es el que más suena; sus bienes se reducen a algunas monedas que debe de vez en cuando a la generosidad de su mamá, o de su hermana, pero las luce sobremanera.
La gente decia: El mayor queria mas á su padre, y el menor quiere mas á su hermana: las treinta mil monedas se deben dar al mayor. Llamó Zadig sucesivamente á los dos, y le dixo al mayor: No ha muerto vuestro padre, que ha sanado de su última enfermedad, y vuelve á Babilonia. Loado sea Dios, respondió el mancebo; pero su sepulcro me habia costado harto caro. Lo mismo dixo luego Zadig al menor.
La pobre mujer vio el cielo abierto, y por el hueco la docena de pesos, compendio hermosísimo de su felicidad en aquellos días. «Doce duros repitió D. Carlos pasando las monedas de una mano a otra ; pero no se los doy en junto, porque sería fomentar el despilfarro: se los asigno...». A Benina se le cayeron las alas del corazón. «Si se los diera, mañana a estas horas no tendría ya ni un céntimo.
De vez en cuando se abría con estrépito un balcón, y se veía una mano blanca que arrojaba a la calle algo envuelto en un papel; el hombre de la campanilla se bajaba a cogerlo, arrancaba el papel, y eran también monedas que inmediatamente introducía en el cajoncito verde: cuando levantaba la vista al balcón, estaba ya cerrado. Lo adiviné todo.
¿Pero y si esa dama se negase á recibirme? ¿No decís que tiene dueña? Sí, señor. Pues bien; tomad para la dueña. El duque abrió otro cajón, sacó de él algunas monedas de oro, y las puso formando una columna bastante respetable en el borde de la mesa del lado de Montiño. El cocinero miró con codicia el oro; pero no le tocó. Guardad eso le dijo el duque , y además... me olvidaba... tomad.
Se lo habían matado allí; pero iba á resucitar en otra parte. Debía ir á su encuentro. Buscó bajo su falda aquella bolsa de tela que contenía sus capitales. Su diestra sólo encontró el vacío. Después de tenaces exploraciones, salieron á luz unas cuantas monedas de cobre sosteniéndose entre sus dedos. Cincuenta céntimos en total.
Le hacía una muy extraña impresión aquella escena, le pareció que nunca había comprendido el contraste de la opulencia y la miseria. Le chocaba la satisfacción fútil que se reflejaba en el rostro de las que habían vaciado su bolsa de monedas, para hacer caridad.
Palabra del Dia
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