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Actualizado: 22 de mayo de 2025
¡Un prendero del Rastro!... ¿y á tales gentes ha ido á parar un secreto de su majestad? ¿Qué queréis, señora? don Rodrigo... Es un miserable, ya lo sé... ¿y ha sido don Rodrigo?... Don Rodrigo trata con una comedianta... ¡Ah! Y esta comedianta, que le ama... Le ha arrancado el secreto... ¿Ha visto las cartas de su majestad? ¡Ah! pues no comprendo bien...
Daba entratanto el miserable horrendos gemidos y suspiros maldiciendo su desventura y lamentándose desesperadamente.
Yo... te amaba como dices, con el deseo antes de hoy: te amé de ese modo desde el punto en que te vi... Pero desde hoy, Dorotea, te amo con un amor que no puede confundirse con nada, porque tu amor me ha obligado á amarte; tú me has procurado la libertad, y con la libertad la vida, no sé á precio de qué sacrificio; has podido satisfacer tus celos, vengarlos, diciendo á mi mujer: «tú, su esposa; tú, la dama hermosísima, noble, rica, favorita de la reina, no has podido salvarle; y yo, la cómica, yo, su querida, le he salvado»; y tú no has hecho eso, Dorotea; tú has sufrido tu despecho, tu desesperación, y has hecho llegar por las manos del rey á mi mujer la orden que me ponía en libertad; tú sabías que yo libre había de partir de Madrid y, sin embargo, la libertad me has dado; ¿cómo quieres que no te ame, á no ser que creas que soy un miserable?
Don Rodrigo es un miserable dijo doña Catalina, que se acordaba de la insolente carta que don Rodrigo la había enviado el día anterior y de la que hablamos al principio de este libro. Mi tío confiaba ciegamente en él. El duque de Lerma es muy confiado. Es, sin embargo, muy prudente. Pero don Rodrigo más falso. ¿Qué decís? Don Rodrigo quería alzarse con el santo y la limosna.
Como las nubes de mirra Que perfuman el sagrario, Y brotan del incensario De las brazas al calor, Al fuego del entusiasmo De mi cabeza han brotado Los cantos, que he consagrado A la Patria y al Señor. Jamas prodigué alabanzas A un miserable tirano, Ni del pueblo soberano Las banderas deserté: Fija la vista en el cielo, Nutrido de amor intenso, A Dios y al Pueblo el incienso Del corazon consagré.
Fortunata contestó que sí, sin comprender lo que quería decir de marras. «Y ese ha sido el miserable que abusando de su fuerza maltrató al pobre Maxi, débil y enfermizo... ¡Ay, mundo amargo!».
¡Miserable! gritó la esposa . ¿Todavía te atreves a hablar? ¿No dices que tú no eres médico? ¿Que tú no entiendes de eso? Y ahora por contradecirme.... D. Juan Nepomuceno, amante de toda verdad, como no fuera del orden aritmético, en el cual prefería las lucubraciones de la fantasía, declaró, con la mano sobre la conciencia, que en aquella ocasión ¡rara avis!
Aquel miserable se había permitido asegurar cosas que hacían enrojecer al pobre Juanito: intimidades repugnantes con su novia cuando por la mañana hablaban en la escalera; secretos, en fin, que Juanito tenía por calumniosos, y que únicamente podía revelar un canalla como aquél.
Pero, con todo, siempre estaba pensando en ello, y lo mezclaba con todas sus cavilaciones y con todos los apuros de su miserable y atragantada existencia. En tiempo de Bonis, en esta época de su vida, no se hablaba como ahora, y menos en su pueblo, donde para los efectos fuertes y enrevesados, dominaba el estilo de Larrañaga y de D. Heriberto García de Quevedo.
»Usted lo comprenderá todo cuando haya leído mi historia: quizá hasta sabe usted de mi secreto más de lo que yo sospecho. Alguna vez, en el delirio de la enfermedad, debo haber revelado feas cosas. ¿Por qué si no, habría usted alejado de mi lecho a todos mis parientes? »¿Se horrorizó usted de lo que dejaba escapar mi miserable boca? ¿Me compadece usted? ¿Me desprecia usted?
Palabra del Dia
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