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Actualizado: 30 de junio de 2025


Comprendo que tienes razón; soy un infame, merezco tu desprecio; porque... lo que dirás, una mujer es siempre una criatura de Dios, ¿verdad?... y yo, después que me divertí con ella, la dejé abandonada en medio de las calles... justo... su destino es el destino de las perras... Di que ». vi Jacinta estaba alarmadísima, medio muerta de miedo y de dolor.

Y el colmo de la felicidad será que mi elección coincida con tu preferencia, porque no adelantaríamos nada, fíjate bien, si no consiguiera yo llevarte a un matrimonio de amor. MÁXIMO. A la vida tranquila, ejemplar, fecunda, de un hogar dichoso... ELECTRA. ¡Ay, qué preciosidad! ¿Pero merezco yo eso? MÁXIMO. Yo creo que ... Pronto se ha de ver. ELECTRA. ¿Quieres más? MÁXIMO. No, hija: gracias.

Quién sabe lo que Dios le tiene á usted reservado en el mundo. ¿A ? : tal vez días de felicidad al lado de personas que le amen. ¡Oh, cuántos seres existirán tal vez que se crean felices sólo con que usted lo sea! Yo que los habrá. ¡Qué buena es usted, señora! repitió Lázaro. Para no puede haber nada de eso. O no merezco otra cosa, ó estoy maldito de Dios.

AZUCENA. ¿Te he dicho que había quemado a mi hijo?... No... he querido burlarme de tu ambición... eres mi hijo; él del Conde, , él del Conde era él que abrasaban las llamas... ¿No quieres que yo sea tu madre? MANRIQUE. Perdonad. AZUCENA. ¡Ingrato! ¿No te he prodigado una ternura sin límites? MANRIQUE. Perdonad; merezco vuestras reconvenciones.

Comprendo que ansíen confesarse esas buenas mujeres de los huertos, que van en busca del cura caminando bajo el sol o la lluvia. Esta tarde necesito yo decirlo todo. Tengo aquí dentro un diablillo que empuja y empuja para echar afuera todo mi pasado. Pues hable usted. Si soy su confesor y merezco su confianza, algo voy adelantando.

¿Queréis ser franca conmigo, hija mía? No pretendo ocultaros nada, padre Aliaga. ¿Merezco yo vuestra confianza? ¡Oh, ! dijo doña Clara cambiando de tono y haciéndole sumamente dulce y afectuoso. Pues bien; no me ocultéis nada. Vos amáis á ese caballero... ¡Yo! ¡no lo quiera Dios! exclamó con un verdadero terror doña Clara. ¿No os habéis sentido interesada por él?... ... ¿No lo recordáis?

Y como la joven permaneciera muda, enloquecida por aquella situación nueva que había creado la confesión de Juan, éste añadió, interpretando mal su silencio: ¡Pero míreme por favor, vea cuánto sufro! ¿No merezco su piedad? ¡Ah, tenga piedad! ¡Piedad, solamente! Involuntariamente, ella volvió hacia él su cabeza recostada sobre un almohadón.

Al cabo insistió con voz temblorosa: Vamos, Solita, no me des ese disgusto... Pídeme en cambio lo que quieras. Lo único que te pido es que me dejes ya en paz repuso ella alejándose para limpiar una de las mesas. Velázquez no se atrevió á seguirla. La miró acobardado algunos instantes y al fin profirió con amargura: ¿No merezco siquiera ese pequeño sacrificio?

Ya imaginaba, por el contrario, que, desde su punto de vista, Doña Blanca tenía razón en todo. Por cierto que no merezco perdón se decía D. Fadrique.

¡Pero si ha sido una broma, niña!... Perdóname, soy muy bruto. Pégame: dame una bofetada, que bien lo merezco. María de la Luz, con el rostro ligeramente arrebolado por el restregón de sus manos, sonreía vencida por la humildad con que el novio imploraba su perdón. Te perdono, pero márchate en seguía. ¡Mira que van a salir!... , ¡te perdono! ¡te perdono! No seas pelma. ¡Vete!

Palabra del Dia

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