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Actualizado: 22 de julio de 2025
Pedrito me habló de las carreras; lleva la cuenta de los minutos y segundos que emplea cada caballo en dos mil metros. ¡Qué interesante! ¿Estarías muy divertida con tal conversación? Pues me divertí. Me dió por hacerme la entendida en carreras.
Comprendo que tienes razón; soy un infame, merezco tu desprecio; porque... lo que tú dirás, una mujer es siempre una criatura de Dios, ¿verdad?... y yo, después que me divertí con ella, la dejé abandonada en medio de las calles... justo... su destino es el destino de las perras... Di que sí». vi Jacinta estaba alarmadísima, medio muerta de miedo y de dolor.
Volví a ocupar mi puesto, sin intervenir en la tal receta, y me divertí en observar a la señorita Sarcicourt, como si no la hubiera visto nunca. Unos sesenta años. Alta, flaca, después de haber sido delgada, la señorita Sarcicourt carece de proporciones en lo alto de su larga silueta. Tiene una cabeza de pájaro en un cuello de jirafa.
Al principio la divertí no dando a mis palabras más valor que el de lamentaciones de un estudiante a quien el colegio aburre; pero como tenía la firme voluntad de ser escuchado seriamente, puesto que en serio hablaba yo y como también estaba seguro de que sería creído si me empeñaba, le dije: «Señora, si le place dar a mis palabras el valor de una súplica, sea; si no ellas serán expresión de una pena de la cual no volverá a oír hablar.» Me dio dos golpecitos con el abanico con objeto de interrumpirme, sin duda; pero nada más tenía que decirle, y para no desmentirme abandoné el baile en seguida.
Palabra del Dia
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