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Guardó silencio un instante, meditando alguna cosa, y al cabo lo rompió diciendo con tono conciso de mando: Mañana a estas horas preséntese usted donde otras veces. Tenemos que darle algunas comisiones. No faltaré. Don César advirtió que dos jóvenes acababan de doblar la esquina y venían hacia ellos. Entonces, sin despedirse, se apartó de las mujeres pasando a la acera de enfrente.

Dime, ¿no has pensado alguna vez, principalmente en estos días de dolencias, aislamiento y tristeza, en la esterilidad de los infinitos medios que has empleado para exterminarme? ¿No te han venido a la mente consideraciones sobre esto, no te has sorprendido a ti mismo, en ciertos momentos, meditando, sin saber cómo ni por qué, sobre el hecho de que todos tus actos de venganza han sido inútiles, y que Dios me ha preservado casi milagrosamente de tus crueldades?

Que se lo diga a ustedes, señores, que se lo diga exclamó el cura con aire triunfal; y sin querer aguardar la réplica que el escribano estaba meditando, se metió con un solo movimiento la casulla por la cabeza, tomó el bonete, hizo una profunda reverencia al Cristo ensangrentado, y salió de la sacristía dirigiéndose al altar mayor.

Los poetas que gozaban de una posición desahogada, muy particularmente, pasaron gran parte del día mirando caer los copos al través de los cristales de su gabinete, y meditando lindos e ingeniosos símiles de esos que hacen gritar al público en el teatro «¡bravo, bravo!» u obligan a exclamar cuando se leen en un tomo de versos: «¡qué talento tiene este joven

Esta mañana, en la Catedral, mientras esperaba mi vez para confesarme y estaba meditando sobre los proyectos de la abuela, preguntándome si debía confiarme o no a mi confesor, fui distraída de mis pensamientos por un murmullo molesto.

Hallábase una tarde del mes de Septiembre sentado sobre un alto peñasco, y meditando la idea de visitar en breve a su madre, cuando vio subir por la cuesta, sobre una mula parda, a un anciano enjuto y esbelto que agachaba la cabeza y miraba con singular atención hacia la gruta. El hombre volvió a pasar a la mañana siguiente, mirando siempre con la misma curiosidad.

, ya se conoce que es usted más tierna que el requesón dijo D. Evaristo, meditando. Es que los demás me parece que no son tales hombres. Para hay dos clases de hombres; él a este lado, todos los demás al otro. No voy de aquí a esa puerta por todos ellos. Soy así, no lo puedo remediar. No me dice usted nada que yo no sepa.

No pudiendo resistir el alborozo que esto me causaba, iba al corral, ponía canutillos de pólvora a los gatos, y encerrándolos en un cuarto con las gallinas, me moría de risa. Santorcaz, lejos de reír con esta nueva barrabasada de su discípulo, fijaba la mirada en el horizonte, completamente abstraído de todo, y meditando sin duda sobre graves asuntos de su propio interés.

Y caminando siempre, y meditando sobre este y otros puntos, y rara vez hablando, el agua seguía cayendo espesa y muy fría, y el candidato no veía chispa...; digo mal, veía las que sacaban las herraduras del caballo que precedía al suyo, al resbalar sobre los morrillos; y esto sucedía frecuentemente al borde de un precipicio, en cuyo fondo se despeñaba rugiendo un torrente, cada vez más impetuoso con el caudal de la lluvia.

Acudió luego á las súplicas, á los halagos, y obtuvo el mismo resultado. Una vez más tuvo ocasión de convencerse de la terquedad nativa de aquella mujer. Al fin la dejó marchar. Estaba cerrando la noche. La tienda se poblaba de sombras que luchaban con la escasa claridad que aún entraba por la puerta. Uceda metió la cabeza entre las manos y quedó meditando.