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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Mientras más se acercaba el suspirado día, más tiernos estaban los novios; sus coloquios íntimos eran interminables: juntos salían a caballo, doña Luz en el suyo, y D. Jaime en otro bastante bueno y bonito, de la propiedad de D. Acisclo; y también iban de paseo a pie, en compañía de doña Manolita, muy ufana de haber sido la mediadora en aquella feliz alianza.
Por fin, Manolita supo que Melchor la amaba gracias a una carta de éste, en la cual, conforme al patrón de todas las declaraciones, comparaba su corazón con el Vesubio, y comenzando con las consabidas frases: «Señorita: desde el móntenlo que la vi a usted», etc., terminaba: «Salve usted este corazón que está herido de muerte.» Manolita acogió burlescamente la declaración del dependiente, mas no por esto dejó de agradecerla, con esa satisfacción que causa en toda mujer el saber que es amada, y nada dijo a su familia ni a Rafael.
Su vida era un tejido incesante de conferencias, excursiones a este o al otro pueblo, tratos y cartas que escribir y que leer. Pepe Güeto se hizo el ayudante y el secretario de D. Acisclo, y también escribía, viajaba y conferenciaba. Doña Luz y doña Manolita se hacían compañía mutuamente, abandonadas por D. Acisclo y Pepe Güeto.
La penumbra era favorable a los planes de las muchachas; aprovechando la ocasión propicia, acercáronse disimuladamente las dos mayores a don Pedro, y mientras Rita le plantaba en la cabeza un sombrero de tres picos, Manolita le echaba por los hombros una chupa color tórtola, con guirnaldas de flores azules y amarillas. Fue de confusión el momento que siguió a esta diablura sosa.
Manolita ofrecía otro tipo distinto, admirándose en ella lozanas carnes y suma gracia, unida a un defecto que para muchos es aumento singular de perfección en la mujer, y a otros, verbigracia a don Pedro, les inspira repulsión: un carácter masculino mezclado a los hechizos femeniles, un bozo que iba pasando a bigote, una prolongación del nacimiento del pelo sobre la oreja que, descendiendo a lo largo de la mandíbula, quería ser, más que suave patilla, atrevida barba.
A este fin le escribió nueva carta, lo más elocuente que supo. La contestación de D. Juan no se hizo aguardar más de un día, y fue tan impensadamente satisfactoria para D. Acisclo, que de ella provino el contento que mostraba cuando se animó doña Manolita a preguntarle la causa de él, y la facilidad y buen talante con que lo declaró todo a doña Luz, a Pepe Güeto y a la mencionada hija del médico.
Pero bastaba que el loco adorador de la tuna sacara algunas habilidades, para que el viejo se diera por vencido y asegurase que el muchacho tenía mucha gracia. Igual influencia ejercía Rafael sobre los demás individuos de la familia. El hijo del Fraile le toleraba, lo que no era poco, atendido su carácter, y en cuanto a Manolita, vivía pendiente de los labios de su primo.
Alguna satisfacción le rebosaba en el pecho y pugnaba por salir de sus labios. Doña Manolita lo conoció, y le dijo: Vamos, Sr. D. Acisclo; no sea V. malo. No se atormente usted por el solo gusto de atormentarnos. Si rabia V. por decir lo que le pasa ¿por qué no lo dice? V. está maquinando alguna novedad que nos va a dejar aturdidos. La cosa va muy adelantada.
¿Y quién es el nuevo candidato del Gobierno? preguntó doña Manolita. Un candidato ilustre, un sujeto de inmenso porvenir, un héroe de la guerra de África dijo don Acisclo muy orondo . Yo le protejo, yo haré por él prodigios, yo me atraeré a los parciales de D. Paco, que se quedará solo, y mi hombre saldrá por inmensa mayoría. ¿Y cómo se llama su hombre de V.? dijo Pepe Güeto.
Si tan buena es la impresión que en ti ha hecho repuso doña Manolita , creo que debes lisonjearte y estar muy contenta, porque él no apartaba un punto los ojos de ti y se conocía que te miraba y admiraba con entusiasmo. No te burles, Manuela. No me burlo. Tengo por cierto lo que te digo. Tu deseo de que yo haga conquistas y la buena opinión que de mí tienes te llevan a soñar con todo eso.
Palabra del Dia
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