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Actualizado: 27 de julio de 2025
¿Cómo es eso? ¿Qué me cuentas? ¿Qué mentira, qué enredo te han hecho creer? Si amase á un galán, Clara me lo hubiera confesado. Ella misma ignora casi que le ama; pero me consta que le ama. Vamos, sí, ya doy en ello: ciertas miradas y sonrisas con un estudiantillo... Me las ha confesado. Está arrepentida... ¡Con un estudiantillo!... ¿Pues se había de ir Clarita á correr la tuna?
Pero bastaba que el loco adorador de la tuna sacara algunas habilidades, para que el viejo se diera por vencido y asegurase que el muchacho tenía mucha gracia. Igual influencia ejercía Rafael sobre los demás individuos de la familia. El hijo del Fraile le toleraba, lo que no era poco, atendido su carácter, y en cuanto a Manolita, vivía pendiente de los labios de su primo.
Su excelencia encontraba cierto maligno gustito en no ser la única víctima de los enredos de aquella grandísima tuna que tan pesados chascos estaba dando a los Epaminondas y Arístides de la España con honra.
Pues nada, hija... Que también se había ido a casa de la Villasis la pobre Curra. Y la grandísima tuna de la Mazacán pronunciaba aquel pobre Curra con un aire de lástima, con un acento de chunga, que la compadecida se revolvió furiosa, diciendo con su inocente risita: Pues mira, mujer..., ni dormida ni despierta se me hubiera ocurrido de ti semejante cosa. ¿Y por qué?
Esta no es casa de huéspedes, porque nosotros no queremos barullo añadió ; pero hace mucho tiempo que conocemos al Sr. de Arróiz y por eso le tenemos aquí. Este Sr. de Santorcaz que has visto anoche, y que no ha de tardar en venir, es un joven a quien conocimos en Alcalá, cuando estábamos allí establecidos y él dejaba sus estudios en aquella célebre Universidad para correr la tuna.
Manolita decía de él que era un chico simpático, aunque vulgarote, y Rafael, el famoso adorador de la tuna, tratábale siempre con un aire de desdeñosa protección, como si tuviese empeño en recordarle de continuo el abismo existente entre una futura lumbrera de la ciencia y un «gozquecillo» de mostrador. Melchor correspondía a este desprecio con una antipatía profunda.
Gracias a Dios, hombre. Le costaba mucho trabajo decirlo. La otra le ayudaba. Se llama For... For... narina. No. For... tuna... Fortunata. Eso... Vamos, ya estás satisfecha. Nada más. Te has portado, has sido amable. Así es como te quiero yo. Pasado un ratito, dormía como un ángel... dormían los dos. v
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