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Actualizado: 20 de mayo de 2025


Pasó la primavera, pasó el verano, y llegó el mes de Octubre, estación de la vendimia. Algo muy importante tendría que decir D. Acisclo a doña Luz, cuando una mañana, estando ya vendimiando, entró a verla y a hablarla no menos matinalmente que doña Manolita había entrado meses antes. El correo llegaba a Villafría a altas horas de la noche y se repartía al amanecer.

Nada contestarte dijo doña Manolita . Veo que en mucho de lo que dices tienes razón; pero ya que te confías en y me haces ver lo más escondido del alma, sácame de una curiosidad: explícame, si puedes, ciertas cosas que me parecen rarísimas en tu existencia.

¡A que no le das tu cama, Paquito! dijo Santiago, pasando a la alegría inmediatamente. ¡Si no quepe en ella, papá! En la sala hay otra muy grande, muy grande, muy grande... No quiero cama ahora, interrumpió Juan... ¡me encuentro tan bien aquí! ¿Te duele el estómago como antes? preguntó Manolita abrazándole y besándole.

Tomaron Pepe Güeto y doña Manolita tal afición a los denuestos, improperios y pendencias, que cada día las armaban tres o cuatro veces. Esto había hecho pensar a doña Luz, porque quería bien a doña Manolita, y con esta ocasión leía las citadas comedias, después de haber releído otra de Shakespeare, donde se trataba el mismo asunto de manera más magistral.

Era leal, afectuosa sin malicia y sin envidia, de agudo ingenio, y más juiciosa y reflexiva en lo importante de lo que prometía su exterior y superficial aturdimiento. Como doña Luz era grave y mesurada, doña Manolita le servía como para completar sus modos de ser. Por esto, sin duda, y por las otras cualidades de que hemos hablado, doña Luz hizo de ella su compañera.

Pepe Güeto, hijo de un rico labrador de Villafría, de edad de treinta años, era el hombre más grave, mesurado y formal que se conocía en toda la provincia. Las locuras y regocijos algo descompuestos de doña Manolita le chocaban de un modo atroz y siempre los estaba censurando.

Hasta las relaciones amistosas de doña Luz con el médico, con el cura y con D. Acisclo, eran invariables: estaban siempre en el mismo ser, sin crecer ni menguar. Sólo en las relaciones con doña Manolita hubo variación, aumentando la intensidad en el afecto. Partamos, pues, del instante en que crece y llega a su colmo esta amistad entre doña Luz y doña Manolita. Era una mañana de mayo.

Además, la señorita Carmen estaba cada día más chocha por su estudiante, y se creía en el pueblo que, si don Manuel Pardo negaba el consentimiento, la chica saldría depositada. También pasaban cosas terribles con la señorita Manolita: don Víctor de la Formoseda la plantaba por una artesana, sobrina de un canónigo.

Doña Manolita había ya visto el cuadro otras varias veces, pero nunca le hizo más honda impresión que en aquel momento; cuando se unieron la lozanía de la mocedad, la exuberancia de la vida y la hermosura briosa de doña Luz con tal fiel trasunto del dolor y de la muerte.

Despertaban curiosidad en los grupos de muchachas los vestidos y sombreros de toda aquella muchedumbre elegante, libre, en la cual había algunas, justo es decirlo, que habían pecado mucho más, pero muchísimo más que la peor de las que allí estaban encerradas. Manolita no dejó de hacer al oído de su amiga esta observación picante.

Palabra del Dia

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