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Aquí las soberbias telas, tan variadas y ricas que la Naturaleza misma no ofreciera mayor riqueza y variedad; allí las joyas que resplandecen, asombradas de su propio mérito, en los estuches negros...; más lejos ricas pieles, trapos sin fin, corbatas, chucherías que enamoran la vista por su extrañeza, objetos en que se adunan el arte inventor y la dócil industria, poniendo a contribución el oro, la plata, el níquel, el cuero de Rusia, la celuloide, la cornalina, el azabache, el ámbar, el latón, el caucho, el coral, el acero, el raso, el vidrio, el talco, la madreperla, el chagrín, la porcelana y hasta el cuerno...; después los comestibles finos, el jabalí colmilludo, la chocha y el faisán asados, cubiertos de su propio plumaje, con otras mil y mil cosas aperitivas que Isidora desconocía y la mayor parte de los transeúntes también...; más adelante los peregrinos muebles, las recamadas tapicerías, el ébano rasguñado por el marfil, el roble tallado a estilo feudal, el nogal hecho encaje, las majestuosas camas de matrimonio, y por último, bronces, cerámicas, relojes, ánforas, candelabros y otros prodigios sin número que parecen soñados, según son de raros y bonitos.

Cuando el tocino está muy dorado se tuesta por los dos lados una rebanada grande de pan y se pone en la fuente; se coloca encima la chocha sin el hilo; se vierte el jugo por encima, y se sirve. BECACINA. La becacina puede cocinarse lo mismo que la chocha en cualquiera de sus fórmulas.

«Allá voy, muñeca; le decía es justo que después de los trabajos y fatigas del Adviento me yo mis verdes. Viejo y enfermo, este pobre cura todavía tiene ganas de subir y bajar. Además, ¡me muero por ver a mi Linilla! Buena falta me haces aquí. Francisca ya no sirve para nada; cada día está más chocha, y todo se le va en gruñir y regañar. Ni yo me escapo.

Cuando pasa a mi alcance una chocha de agua, me mira irónicamente echando atrás, con un movimiento de cabeza, a lo artista, sus largas orejas flácidas que le cuelgan delante de los ojos; después, posturas de parada, meneos de cola, toda una mímica de impaciencia, como queriendo decirme: ¡Tira!... ¿Por qué no tiras, tonto? Tiro, y yerro la puntería.

Además, la señorita Carmen estaba cada día más chocha por su estudiante, y se creía en el pueblo que, si don Manuel Pardo negaba el consentimiento, la chica saldría depositada. También pasaban cosas terribles con la señorita Manolita: don Víctor de la Formoseda la plantaba por una artesana, sobrina de un canónigo.

Me acerqué de puntillas y le tapé el rostro con mi pañuelo. ¡Jesús! exclamó. ¡Qué susto me has dado! Ya vino papá... ya vino... y.... ¿Y qué? pregunté ansioso. Dice que viene por ; que está enfermo; que señora Francisca está más chocha cada día.... En fin, que el viernes nos iremos.... Y ... ¡contenta como una sonaja!... ¿no es verdad? ¿Contenta yo? ; tienes razón.