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Y mientras que el Padre hablaba, D. Acisclo oía embelesado, aunque no penetraba el sentido de una sola palabra; y D. Anselmo se deleitaba, sin creer, como quien saborea la más bella composición poética; y doña Luz, doña Manolita y Pepe Güeto, escuchaban con fija atención y gran fervor religioso, lisonjeándose de que todo lo alcanzaban.

Y no es que le hiriesen honradamente las zumbas del estudiante; su odio provenía del poco aprecio que éste mostraba a Manolita.

Y estoy tan escarmentada y recelo tanto mal de este involuntario fuego abrasador que brota a veces de mis ojos, que me propongo no mirar a nadie e ir siempre con la vista clavada en el suelo. Consérvese usted bien, mi bondadosa amiga, y pídale a Dios en sus oraciones que me devuelva el sosiego que tan espantoso lance me había robado. Manolita, personaje único. Salón elegante y rico. Es de noche.

No, hija mía, no, ¡bendita seas!... no me duele nada... soy muy feliz... lo único que tengo es sueño... se me cierran los ojos sin poderlo remediar... Pues por nosotros no dejes de dormir, Juan, dijo Santiago. , tiíto, duerme, duerme dijeron a un tiempo Manolita y Paquito echándole los brazos al cuello y cubriéndole de caricias... Y se durmió en efecto. Y despertó en el cielo.

Doña Manolita, durante estas frases que entre su amiga y ella se cruzaban, miró de soslayo al Padre y creyó ver que se había puesto más pálido que de costumbre. Por lo demás el Padre permaneció silencioso, y no dio su parecer ni sobre el enamoramiento posible de D. Jaime, ni sobre el constante propósito de doña Luz de permanecer soltera.

A las diez se retiró a su casa, y las dos amigas quedaron solas. Alentada entonces doña Manolita con lo bien que su primera broma había sido tolerada, y tal vez agradecida como lisonja, en el fondo del alma de la hija del marqués, cayó en la tentación de aventurarse a dar otra broma bastante menos ligera. Sin reflexionarlo mucho, dijo, pues, de este modo: ¡Ay! ¡Hija!

Después de haber rechazado con tan cruel desabrimiento las palabras de doña Manolita y después de hechas las paces, doña Luz pensó a sus solas en el valor y motivo de aquellas palabras; y, como si una claridad nueva y extraña iluminase los más oscuros laberintos de su cerebro, creyó percibir la verdad de todo y reconoció que su amiga tenía algunos visos de razón al decir lo que dijo.

Preséntese usted a mamá y venga a casa pronto. Mamá recibe dos veces a la semana. La misma decoración del cuadro primero. Manolita sola, entrando en el cuarto del teléfono y cerrando al entrar. Hoy estoy muy mal de salud. Estoy furiosa. Mamá, sin creer en mi mal, se largó tranquilamente a su tertulia. Como no comí a la mesa, a poco de irse mamá tuve mucha hambre y vengo de cenar.

Resultaba de todo ello que la única persona, que era en verdad constante e inteligente testigo del mutuo afecto y de los íntimos coloquios de doña Luz y del Padre, era doña Manolita. Yo no quiero hacer a ésta, ni a ninguno de mis héroes, mejor de lo que son o de lo que fueron. Doña Manolita no era una paloma sin hiel; y no porque odiase a alguien, sino porque no dejaba de tener malicia.

Lo mejor que pude hacer es lo que he hecho, quedarme aquí para siempre. De este modo confió doña Luz todos sus secretos a la hija del médico. La amistad de ambas jóvenes se estrechó desde entonces, y en adelante todo se lo confiaron. El casamiento de doña Manolita se hizo por la posta. Un mes después de haber dado parte a su amiga estaba ya casada.