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»¡Por Nuestra Señora de Atocha! ¡Cuando se viaja así frente a frente! Y además, como la señora tuteó al caballero... »¡Es verdad! le dije, sintiendo que mi corazón desfallecía. » le decía ella: Carlos, ¿qué piensas de este polvo? ¿Verdad que viajamos como los dioses envueltos en una nube? »Basta les dije, partamos. »Llegué a Sevilla sin fuerzas casi para sostenerme.

No, no... ¡Ya la hora fatal ha llegado, trovador! Manrique, partamos ya, no perdamos un instante. DENTRO. ¡Ay! LEONOR. Esa voz penetrante... ¡Si no fuera tiempo ya! Despacio viene la muerte, que está sorda a mi clamor; para quien morir desea despacio viene, por Días. ¡Ay! Adiós, Leonor, Leonor.

Roussel y Mauricio, al quedar solos, se miraron, y enseguida, como si les animara un pensamiento único, dijeron á un tiempo: ¡Partamos! Hay un tren esta tarde; tenemos tiempo de hacer nuestros preparativos, añadió Roussel. Y no nos ilusionemos; va á ser preciso, acaso, emplear la fuerza para dar buena cuenta de la señorita Guichard. La emplearemos.

¿Pruebas de qué? ¡Puesto que no hay nada!... ¿Y su marido no ha querido creerla? No. Entonces, ¿nada hay que esperar? ¡Nada! La señora de Lerne dejose caer en un sillón y quedó inmóvil, muda, inerte. Después de un silencio, Juana se le acercó. ¿Su hijo está en su casa? . ¿Su carruaje está abajo? insistió Juana . Pues bien, partamos... iré con usted... quiero verle.

Herminia lanzó un gran suspiro y después dijo con voz firme: ¡Partamos! ¡Ah! ¡Qué dichoso soy! Herminia le dirigió una mirada que probaba que aquella exclamación de alegría recompensaba su esfuerzo. En este momento entró Roussel. Hijos míos, es preciso volver al salón. Os buscan por todas partes y ya he tenido que impedir á Bobart que viniera á interrumpiros ... ¿Estáis de acuerdo?

Abandonaría el castillo, e iría a refugiarme en un convento, el della Pietá, donde se encuentra la hermana menor de usted, la señora Isabel. »¡Tiene razón! exclamé; ¡partamos! »¡Insensata! exclamó Teobaldo deteniéndome; ¿Cree usted que la abadesa della Pietá consentiría en recibirla y retenerla contra la voluntad del señor Duque?

Apresuraos, tío dijo Hans . Creo percibir sombras negras moviéndose a lo lejos. Partamos, Van-Horn.

Partamos, señor. Sólo somos cinco y los antropófagos son, por lo menos, cuatrocientos. Si nos abordan estamos perdidos. Bueno, pues levemos anclas y a desplegar velas, Van-Horn. No quiero que mis sobrinos caigan en poder de esos salvajes. Señor Hans, señor Cornelio, y , Lu-Hang dijo el piloto dirigiéndose a los jóvenes y al pescador , ayudadme.

Nadie sabe dónde hubiera ido esta disputa, si Mercado, viéndose en tanto apremio y asedio, no hubiera dicho: Repórtese, señor Cigarral; su amigo soy, y prendas tiene de ello: si vuestro sirviente hizo el despojo, yo lo he restaurado con mi hallazgo; y bueno será que, si encontramos por sano y bueno el alzarnos con la presa, partamos como buenos hermanos, partiendo así las asechanzas al diablo, que quiere invadirnos y ponernos en rifa.

¡Maldita vieja! gruñó por fin. Lograría atraer su atención de alguna manera. Me figuro lo ocurrido. Vinieron a apoderarse del Rey y como digo, de una manera u otra dieron con él. Si no hubiera usted ido a Estrelsau, usted, Federico y yo estaríamos a estas horas en el reino de los Cielos. ¿Y el Rey? ¿Quién sabe dónde está el Rey en este momento? ¡Partamos! exclamé; pero Sarto siguió inmóvil.