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Actualizado: 21 de junio de 2025


Sucedió pues que saliendo una mañana del monesterio de Atocha, se llegó á un mancebo al parecer de veinte y quatro años, poco mas ó menos, todo limpio, todo aseado y todo crugiendo gorgoranes, pero con un cuello tan grande y tan almidonado, que creí que para llevarle fueran menester los hombros de otro Adlante.

La niña repetía el mismo ademán de repugnancia y de miedo, sin atreverse a tocarlos; mientras Ramiro, alargando sus dedos, se los quitaba, uno a uno, entre sonriente y avergonzado. Enredadas en un rizo, dos de aquellas palomitas aleteaban sin cesar. El mancebo, al ir a cogerlas, retuvo a Beatriz pasándola el brazo por detrás de la espalda.

El bufón se detuvo como devorando con cierto placer maligno la ansiedad del padre Aliaga. ¿De quién? dijo el fraile con impaciencia. De cierto mancebo á quien ha hecho capitán la reina con vuestro dinero. El padre Aliaga sintió el golpe en medio del corazón; se estremeció. ¿Y ama el señor Juan Montiño á Dorotea? Debe amarla, porque le ama ella: pero si no la ama, y la engaña, peor para él.

El suceso, que sirve de fundamento á estos diversos dramas, ocurrió en la ciudad de Teruel, en Aragón, en tiempo de Carlos V. Don Diego, mancebo noble, pero no rico, ama tiernamente á Doña Isabel, hija del opulento Don Pedro, y es correspondido de igual modo por ella; pero tiene por rival á Don Fernando, protegido por el padre de la doncella, y que cuenta también con el favor de Elena, sobrina de Don Pedro.

Así que manifestó claramente su desabrimiento cuando Villa le dijo que por la tarde había charlado un rato con aquélla a la reja, y que el tema de su conversación había sido él. Yo creo, don Alfredo profirió el mancebo muy amoscado, que no había necesidad de que usted se metiese en cosas que no le importan.

Todos estos casos de amor platónico son verosímiles. Lo es también el de algún colegial o novicio que viene de provincias a la capital, y cae bajo el poder de cualquiera lionne experimentada, curtida, deseosa de adoración, y que se aparece como divinidad a los ojos del inexperto y tímido mancebo.

Habla luego con su padre, que le propone un enlace con una dama de belleza y amabilidad tan extraordinaria, que ninguna otra puede comparársele. Esta es la misma de quien está apasionado el mancebo; pero no conociendo su verdadero nombre y para oponerse al casamiento propuesto por su padre, finge que se ha casado ya en Salamanca, y lo obliga, por tanto, á anular el trato ya hecho.

No soy criado de ninguno, sino vuestro respondió Avendaño, todo lleno de turbación y sobresalto. La moza, que de aquel modo se vio responder, dijo: Vaya, hermano, norabuena; que las que servimos no hemos menester criados. Y llamando a su señor le dijo: Mire, señor, lo que busca este mancebo. Salió su amo y preguntóle qué buscaba.

-Por esa sola gracia -dijo a esta sazón don Quijote-, merecía ese mancebo no sólo casarse con la hermosa Quiteria, sino con la mesma reina Ginebra, si fuera hoy viva, a pesar de Lanzarote y de todos aquellos que estorbarlo quisieran.

Una vez en posesión del libro apetecido, nuestro mancebo corría a sentarse al lado de la chimenea y se dejaba tostar las pantorrillas, mientras el cerebro navegaba por los mares ignotos de la metafísica; primero faltaría el sol en su carrera, que nuestro estudiante en una de las butacas de terciopelo carmesí del Ateneo.

Palabra del Dia

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