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Actualizado: 14 de mayo de 2025


En torno, gente que pasaba mirándoles de reojo y barruntando trapicheo; algún chico parado, con los libros sujetos entre las piernas, ocupados dientes y manos en el aceitoso buñuelo; al fondo, los soportales de la Plaza esfumados en la neblina temprana; las mulas del tranvía despidiendo del cuerpo nubes de vaho; la atmósfera húmeda, impregnada del olor al café que un mancebo tostaba ante una tienda; el ambiente sucio, como si en él se condensaran los soeces ternos y tacos de los carreteros; las piedras resbaladizas, y en el centro del jardinillo, descollando sobre un macizo de arbustos amoratados por los hielos, la estatua del pobre Felipe III, con el cetro y los bigotes acaramelados por la escarcha.

Pero Belarmino, húmedos los ojos, la voz opaca, extiende un brazo, y dice: Ahora, no; ahora, no. Otro día hablaremos; hablaremos, mi muy querido señor Coliñón; hablaremos hasta que el corazón se nos derrita en saliva, y la saliva en palabras, y las palabras en el viento. Levántase Belarmino y va a ocultar su emoción detrás del macizo de laureles. La hermana Lucidia y el señor Colignon se retiran.

El terreno en que se han descubierto estos restos, ocupa el bajo de Andalguala é inmediaciones, situado á 2.600 metros sobre el mar comprendido entre las dos cadenas de montañas, el macizo del Aconquija y el de Santa Maria, se estiende de Norte á Sud por espacio de 40 kilómetros aproximadamente.

Su sotana era una mancha negra caída sobre la clara alfombra, los rasos y las sedas de brillantes tonos. Parecía una mortaja tirada sobre un macizo de flores. La mirada del hombre se cruzó con la de la imagen reflejada, y sus propias pupilas le preguntaron asombradas con mudo y terrible lenguaje: «¿Qué haces aquí? El ciego debe ignorar que hay sol. El paraíso no existe para el réprobo.

Jenny no se tomó tiempo para quitarse el sombrero y el abrigo. Dió el brazado de flores á la doncella, abrió la puerta del salón y entró. Sentado cerca de la ventana, en aquella pieza amueblada de un modo macizo y sin gracia, á la inglesa, Sorege se entretenía en mirar la calle.

Protegido por el cariño maternal, el príncipe Fénix creció tan provechosamente, que a los veinte años era el más gallardo infante. Veneraba a sus mayores, amaba al pueblo y sabía derecho, astrología y alquimia. Vivía aún el viejo rey. Estaba tan achacoso que para caminar tenía que apoyarse en su cetro de oro macizo como en una muleta.

Y esto hecho y proveido, mandó Inca Yupanqui que viniesen allí los plateros que en la ciudad habia, y los mejores oficiales, y dándoles todo aparejo allí en las Casas del Sol, les mandó que hiciese un niño de oro macizo y vaciadizo, que fuese el tamaño del niño del altor y proporcion de un niño de un año y desnudo; porque dicen que aquel que le hablara cuando él se puso en oracion estando en el sueño, que viniera á él en aquella figura de un niño muy resplandeciente, y que él vino á él despues, estando despierto, la noche ántes que diese la batalla á Uscovilca, como ya os he contado, que fué tanto el resplandor que vió que dél resultaba, que no le dejó ver qué figura tenia; y ansí mandó hacer este ídolo del tamaño y figura de un niño de edad de un año; el cual bulto se tardó de hacer un mes, en el cual mes tuvieron grandes sacrificios y ayunos.

Pero su mucha bondad le inspira estos y otros mayores sacrificios. ¿Verdad, Ponte? Ya la he reñido a usted, amiga mía, por ser tan paradójica. Llama sacrificio al mayor placer que puede existir en la vida. ¿Tienes carbón?... preguntó Benina bruscamente, como quien arroja una piedra en un macizo de flores. Creo que hay algo replicó Obdulia ; y si no, lo traes también».

Otra trajo el corazón de su madre, diciendo: Es de oro macizo. Dos llegaron, entregando la primera un escudo y la otra una lanza. Esta dijo: Doy a usted mi nombre; no tiene mella. La del escudo dijo: Entrego a usted mi crédito; no lleva abolladura. Con arrogancia, una quitó de sus hombros el manto y lo arrojó sobre el tapete, diciendo: Ahí va mi honra; no tiene tacha.

Saben que más allá de la línea del horizonte se levantan los Andes, y detrás de la cordillera de los Andes está Chile, y después la inmensidad del Pacífico con sus numerosas islas, y todavía más lejos, los interesantes países del macizo asiático... Sienten el tirón de su manía ambulatoria que despierta. «Vamos á ver todo eso.» Y se echan la «lingera» al hombro, para volver á sufrir hambres y fatigas, para morir en un hospital ó abandonados en un desierto... Y cuando no mueren y pueden seguir marchando detrás de la Ilusión que revolotea junto á sus ojos, vuelven por segunda vez á este país; pero es después de haber dado la vuelta entera á la tierra.

Palabra del Dia

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