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No lloras por tu hijo; lo que te entristece es la miseria que se aproxima, la ruina de tu buen amigo Cuadros. Don Juan subrayó con tanta expresión estas palabras, que su hermana dio un paso atrás, palideciendo y bajando las amenazantes manos. Parece que me has entendido. ¿Creías que también ignoraba yo esto? Lo todo, hija mía, y digo que me avergüenzo de que lleves mi apellido.

Habrá dos, y tres, y cuatro que a mis ayes y lamentos respondan con dulce halago; pero ninguna, ninguna, viéndome sufrir callando, llorará como lloras, con un lloro tan amargo. , en cambio, mi bien, lloraste y lloraste tanto y tanto, que nunca será posible que yo consiga olvidarlo.

¿Estás llorando?... ¿Por qué? preguntó con zozobra. No lloro... no es nada contestó ella levantando hacia él sus ojos sonrientes, pero nublados por las lágrimas. Lloras, , y quiero saber por qué. Me parece que tengo derecho para ello... si es que me quieres, como dices. Todavía le costó algún trabajo arrancarle su secreto.

12 y vio dos ángeles en ropas blancas que estaban sentados, el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto. 13 Y le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les dice: Han llevado a mi Señor, y no dónde le han puesto. 15 Le dice Jesús: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?

El muchacho observó en los ojos de Isidora una lágrima, más bien que del sentimiento, nacida del despecho, y le dijo: «¿Por qué lloras? ¿Por lo que ha dicho esa tía bruja? ¡Gente ordinaria!... murmuró Isidora. ¿Por qué no le contestaste? dijo Mariano con extraña rudeza. No me rebajo yo a tanto. ¡Puño!». Mariano dio un puñetazo sobre su propia rodilla.

Notadas que fueron las cuales por don Víctor exclamó este: ¿Ves? ya lloras; buena señal. La tormenta de nervios se deshace en agua; está conjurado el ataque, verás como no sigue. En efecto, Ana comenzó a sentirse mejor. Hablaron. Ella manifestó una ternura que él le agradeció en lo que valía. Volvió Petra con la tila.

La dió un beso más apretado en la frente y se puso a llorar, con sollozos convulsivos que sacudían todo su cuerpo. Entonces, Susana se asustó. ¿Qué tienes, mamá? ¿qué ha pasado? Misia Gregoria no contestaba; su llanto era tan copioso, tan sentido, que no podía hablar. Y Susana, afligida, repetía: Mamá, ¿por qué lloras? dime, ¿por qué?

Ni quiero llantos que me quitan a el sueño. Cuando lloras sin saber por qué, hija mía, me entra una comezón, un miedo supersticioso.... Se me figura que anuncias una desgracia. Ana tembló, como sintiendo escalofríos. ¿Ves? tiemblas; a la cama, a la cama, ángel mío; todos a la cama; yo me estoy cayendo.

El santo se abre paso á través de la multitud, se aproxima á la jóven, que aún no podia contener las lágrimas, y la pregunta: ¿Por qué lloras? La pobre muchacha que se ve cerca de aquel gran santo, que oye su pregunta, temblaba y lloraba al mismo tiempo, y con mucha prisa, tal vez con vergüenza, se enjugaba las lágrimas; pero sin poder dejar de llorar.

Hijo, ¿y por eso abatido al dolor te rindes ciego? ¿Perdiste el valor y el fuego con la sangre que has perdido? ¿Lloras?... Mas dime, ¿qué ha sido del valor que yo sentia cuando tus cartas leía ansioso y entusiasmado? ¡Ay, padre! ¡Es que me ha olvidado la mujer que yo quería!