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Actualizado: 5 de junio de 2025
Cuando Carmen, un poco engañada, alzó la cabeza y miró al hidalgo, le vió demudado y con el rostro humedecido. Angustiada todavía, le preguntó: ¿Lloras?...; ¿sabes tú llorar?
Sí, niño mío, parece que llueve dijo la Nela sollozando. No, es que lloras. Pues has de saber que me lo decía el corazón. Tú eres la misma bondad; tu alma y la mía están unidas por un lazo misterioso y divino: no se pueden separar, ¿verdad? Son dos partes de una misma cosa, ¿verdad? Verdad.
¿Por qué lloras, hijo? le preguntó la señora compadecida . ¡Si has declamado muy bien! ¿No has sacado premio? Púsose el niño muy encarnado y, levantando la cabeza con infantil orgullo, contestó mostrando los que junto a sí tenía: Cinco... y dos excelencias... Digo... ¿Cinco premios y todavía lloras?... El niño no contestó; bajó la cabeza como avergonzado, y de nuevo corrieron sus lágrimas.
Pero ni aun por su amargo llanto podían conocerse las dimensiones de su dolor. Sólo ella sabía que era infinito. Ya sé por qué lloras tanto dijo el ciego estrechando las manos de su compañera . Mi padre no se empeñará en imponerme lo que es contrario a mi voluntad. Para mí no hay más mujer que tú en el mundo.
Amarás tú mis canciones, yo el encanto que suspira tu ternura; tú mis versos, yo tus sones, tú a tu dueño, yo a mi lira ¡qué ventura! Almas para el bien nacidas que perdidos sus lamentos gimen solas, naves son ¡ay! sumergidas al embate de los vientos y las olas. ¿Lloras mi lira? ¿Estás triste? No nos suma en sus abismos la amargura.
Y, en esto, comenzó a llorar tan amargamente que don Quijote, mohíno y colérico, le dijo: ¿De qué temes, cobarde criatura? ¿De qué lloras, corazón de mantequillas? ¿Quién te persigue, o quién te acosa, ánimo de ratón casero, o qué te falta, menesteroso en la mitad de las entrañas de la abundancia? ¿Por dicha vas caminando a pie y descalzo por las montañas rifeas, sino sentado en una tabla, como un archiduque, por el sesgo curso deste agradable río, de donde en breve espacio saldremos al mar dilatado?
A la hora de mediodia se presentó el ermitaño á la puerta de una casuca muy mezquina, donde vivia un rico avariento, y pidió que le hospedaran por pocas lloras. Recibióle con áspero rostro un criado viejo mal vestido, y llevó á Zadig con el ermitaño á la caballeriza, donde les sirviéron unas aceytunas podridas, un poco de pan bazo, y de vino avinagrado.
No te miro vez alguna Que de su triste fortuna Y próspera no me acuerde: A nadie de vista pierde La envidia, aunque esté en la luna, Aún veo en viles espadas Las cabezas separadas De aquellos ilustres cuellos, Y asidas de los cabellos, En el Alhambra clavadas. Aún corre la sangre aquí, Y aún aquí la envidia aleve Me parece que la bebe. ¡Oh vil Gomel, vil Zegrí! ¿Lloras?
Laura se cercioró aún más de su tristeza, y poniéndole una mano sobre el hombro, le dijo con mimo: Vamos... díme, querido, ¿qué tienes? El mayordomo dió todavía algunos pasos sin contestar. Una lágrima tembló en sus negras y largas pestañas, y bajó rodando silenciosa por la mejilla. Laura al verla exclamó con sobresalto: ¿Qué es eso? ¿Por qué lloras? Porque no me quieres.
Tal vez tendrás un nombre; tal vez, deshecha en trizas, serás estátua que eternice un hombre, pobre losa que guarde sus cenizas. ¿Lloras, mirando deshecho el encanto embriagador, que, de la vida al calor, engendró en tu tierno pecho el primer sueño de amor? ¿Lloras, por siempre perdida tu esperanza más querida, y la dicha y la ilusion ardiente de la pasion, aureola de la vida?
Palabra del Dia
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