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Actualizado: 27 de mayo de 2025


¡Negra estrella la nuestra si tal sucede! exclamó el barón. ¿Qué le quedará entonces á Inglaterra? Permitid, barón; y vos, señora, decidme antes ¿cuál será el porvenir de nuestra amada patria? preguntó lleno de júbilo Duguesclín. Grande, rica y poderosa.

Todo era animación y movimiento, todo alborozado y estruendoso júbilo en Lisboa, en la hermosa mañana del día del Corpus de aquel año de 1521, en que el rey Don Manuel cumplía los cincuenta y dos de su edad, celebrando con gran pompa su natalicio.

Los gritos de «¡Viva España!, ¡Viva Fernando VIIparecían sublime concierto que llenaba el espacio, como antes el ruido del cañón; y el mundo todo se estremecía con el júbilo de nuestra victoria y con el desastre de la Francia, primera vacilación del orgulloso Imperio.

La tristeza, como si fuera un ser viviente, se posó en su pecho y le clavó las garras en el corazón. Así permanecieron ambos, estrechamente unidos, mientras fuera, en el jardín, caían gruesas gotas de nieve derretida, y todo era claridad, luz radiante. Se oía, hacia el estanque, una risa jovial; era Pomerantzev, que echaba al agua barquitas de papel y se reía, lleno de júbilo.

Como es natural, cogía por los pelos cualquier ocasión de vejar a sus ministros. Un proceso como el presente, en que figuraba como reo un sacerdote, le llenaba de júbilo, lo atendía con cuidados tan tiernos como si se tratase de la honra de una hermana. Después de D. Peregrín, fue llamada el ama de la casa de huéspedes de Palencia. Venía presentada por la defensa.

En la última de Julio anunció el oculista a su cliente que se marchaba a principios de Agosto a dar una vuelta por Alemania. «Pero ya no necesita usted que yo lo vea. Le doy de alta, y por lo que pueda ocurrir, uno de mis ayudantes pasará por aquí tres o cuatro veces mientras yo esté fuera». Bringas oyó con júbilo esta despedida del concienzudo médico, indicio cierto de que el mal estaba vencido.

¡Gracias, hija mía, gracias! exclamó el doctor sin poder contener su júbilo. ¡Eres adorable! ¡Te adoro, Magdalena! le dijo Amaury en voz baja. Entró entonces un criado para anunciar que comenzaban a llegar los invitados. Había que bajar, pues, al salón. Pero Magdalena no quiso hacerlo sin que antes fuesen en busca de su prima.

Los montes que lo estrechaban estaban vestidos de árboles, dejando entre su falda y la vía férrea hermosas praderas de un verde esmeralda. Andrés contemplaba con júbilo aquel exuberante follaje, que en la vida había visto, comparándolo con la empolvada pradera de San Isidro.

Se aplicó el dorso de la mano a una y otra mejilla y volvió a reír. Parecía realmente divertida con los celos de Adriana. Aunque todas aquellas manifestaciones eran raras en su carácter de ordinario sereno y dulce, Adriana no pudo advertir, por el momento, nada de anormal. No cabía en de júbilo.

Me decía, con palabras finas, incomparables, con una suavidad delicada, y como rendida a , que al menos le dejara la dulzura de verme y hablarme por última vez. ¡Ah! ¿Por qué me llamaba así? Fui. Sus ojos estaban húmedos. ¿Había llorado? No ; al verme se rió por largo rato. Esto sucedía en casa de Charito González. supondrás que se reía de júbilo por la idea de que yo desistía del viaje.

Palabra del Dia

hociquea

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