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No diré que con muy brillantes formas, pero con un pulmón admirable, con palabras sencillas y con una doctrina pura y llena de paz y de consuelo, infundió tal entusiasmo en su auditorio, que, convertido cada oyente en un héroe, hubiera seguido al franciscano ... hasta la hoguera, jurando á Jesucristo y á San Juan.

Llegaron al paraje en que era forzoso dejar el camino llano y tomar el de la montaña. Dejáronlo, en efecto, y comenzaron a subir por un sendero trazado en zig-zag entre los castaños. Dentro del castañar la sombra era espesa. Como llegaban del camino alumbrado por la luna, apenas veían. La oscuridad les infundió respeto, y guardaron silencio.

Trataba don Manuel de descortezar a don Pedro; y no sólo fue trabajo perdido, sino contraproducente, pues recrudeció su soberbia y le infundió mayores deseos de emanciparse de todo yugo.

Pero la misma idea de la elegancia aristocrática del traje le infundió un sentimiento algo exagerado del decoro y compostura que debía tener quien le llevaba puesto. Por desgracia, en la primera visita que hizo Don Diego á una hidalga viuda, que tenía dos hijas doncellas, se habló del niño Fadrique y de lo crecido que estaba, y del talento que tenía para bailar el bolero.

Andrés se lo quitó, riendo, con un beso. En seguida bebió lo que restaba. Aquel desayuno campestre les infundió alegría: sin saber por qué, reían al mirarse. El joven cortesano sacó una moneda de plata y la echó en la vasija.

El culto de una belleza absoluta y única, irradiando más allá de las apariencias, y en cierto modo más allá de los dioses, infundió en los artistas de Atenas la clarovidencia sobrenatural. Hoy fermenta el resabio de las barbaries oscuras en una violación innoble y pedantesca de las leyes eternas, las leyes que hicieron coincidir las líneas expresivas con el alma, así en esa suave Psyché.

Una vaga idea de que esto era la felicidad de Arcadia, se infundió a todos. Esta especie de cosa decía el Chokney Simons, gravemente apoyado en su codo es celestial. Le recordaba a Greenwich. En los calurosos días de verano, generalmente llevaban a La Suerte al valle, donde Campo Rodrigo explotaba el metal precioso.

A los pocos pasos temblaba interiormente con las vacilaciones del miedo. ¡Si iría a repetirse la escena de la mañana!... Pero no; el recuerdo de la noche anterior le daba confianza. Aún no habían transcurrido veinticuatro horas, y noches como aquélla no se olvidan fácilmente. Su orgullo varonil le infundió valor. Seguramente ella se había retirado para esperarle.

En el primer encuentro, por la multitud y número infinito de los Bárbaros, se corrió gran riesgo, y estuvo la victoria muy dudosa, pero cobraron nuevo ánimo y vigor; porque los Capitanes repitieron segunda vez el nombre de Aragon, y desde entonces parece que esta voz infundió en los enemigos temor, y en los nuestros un esfuerzo nunca visto.

Contemplando desde la sierra lo que se veía del panorama del Puerto, habíame comparado yo, por la fuerza del contraste, con un mísero gusanejo; pero al hallarme en el observatorio de más adentro, ¡qué cambio tan radical y tan súbito de ideas, y cuán extrañas las impresiones recibidas!... Creo que fue de espanto, de frío y de «arrepentimiento» la primera, y estoy seguro de que fue de melancolía la segunda, como lo estoy también de que la siguiente me infundió la sensación de lo que tenía a la vista, de tal modo y con tal intensidad y fuerza, que hubiera jurado yo que circulaban por mis venas líquidos pedernales, y era mi cuerpo una estatua de granito coronada con manojos de «loberas» y acebuches.