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Actualizado: 13 de junio de 2025


El único que no le hiciera manifestación alguna de simpatía era la efigie de un dominico, fray Anselmo de Araya, gran inquisidor de Felipe II. La adusta rigidez de este fraile, que permanecía tal cual fuera pintado hacía siglos, infundió a Pablo todavía mayor temor que las sonrisas y los movimientos de las demás figuras...

Aquel encuentro la infundió algún valor; acercóse á él, y le repitió su pregunta, tantas veces hecha, y nunca contestada. El sereno, de muy mal humor, pero con buena intención, le dió la dirección verdadera.

Por entonces la gente de la vecindad, los tenderos chasqueados y las personas que de ella tenían lástima empezaron a llamarla Doña Paca, y ya no hubo forma de designarla con otro nombre. Gentezuelas desconsideradas y groseras solían añadir al nombre familiar algún mote infamante: Doña Paca la tramposa, la Marquesa del infundio.

Reichenberg era la única que le animaba; ni un instante, en el tráfago enervante de los ensayos, decayó su fe; la exquisita actriz, confiada y alegre, sostuvo la voluntad, ya vacilante, de Rostand, y le infundió ánimos para llegar al estreno.

La inconveniencia de este triunfo me infundió vergüenza. El rubor coloró mis mejillas. Debí ponerme encendido como la grana, y más aún cuando advertí que Pepita me aplaudía y me saludaba cariñosa, sonriendo y agitando sus lindas manos. En fin, he ganado la patente de hombre recio y de jinete de primera calidad.

Fue el doctor a visitarla, preguntó cuanto creyó conveniente, hizo los reconocimientos propios del caso, infundió ánimo en el abatido espíritu de aquella señora, que además de joven era hermosa, y luego, llegada la noche, y en vista de las reiteradas súplicas que Molínez le hizo para saber el verdadero estado de su mujer, le habló de este modo mientras paseaban por el jardín del balneario.

Un náufrago austriaco les infundió el amor a la filología; dio unas cuantas lecciones de alemán y ruso a varias personas caracterizadas de la localidad, y al cabo de dos meses se escapó con seis mil reales de D. José el Estanquero, dos mil de D. Remigio Flórez y algunas pesetas más de otros caballeros. No se habló de otra cosa en un par de meses.

¡Ay Isidora! ¿Qué significó ese susurro de carcajadas que sentiste dentro de ti?... ¿Era que empezaba a comprender la posibilidad de consolarse sin renunciar a sus ideas? ¡Oh, no! Antes morir que abandonar sus sagrados derechos. «¡Las leyes! pensó . ¿Para qué son las leyes?». Esta idea le infundió algún contento.

¡Ah! No se avergüencen, no se sonrojen aquellos que como Hamlet, conturbado el ánimo y armada la diestra de un puñal lo han acercado mil veces a su pecho para apartarlo de él otras tantas: el mismo Dios les infundió ese amor innato a la existencia para que no abandonen este mundo que necesita que vivan.

En aquel día memorable he visto a tu tío en la Bolsa hecho un héroe, la actitud tranquila, los ojos brillantes, la voz sonora, lanzando con arrojo todo su capital a la especulación. «¡Compro! ¡compro! ¡comprogritaba. Y su voz sonaba alegre, confiada, en medio del terror y la desesperación. No sabes el aliento que infundió y cuánto levantó el ánimo de todos en aquellos instantes aciagos.

Palabra del Dia

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