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Actualizado: 11 de mayo de 2025


Se fue con su indignación crónica y su incurable soberbia, siempre enfermo, gruñón siempre. A nadie dio cuenta de sus planes, y parecía detestar a sus comilitones políticos lo mismo que a sus enemigos. No quería tratos con nadie, ni con su hermano, a quien no podía amar aunque lo intentase, ni con su mujer, a quien aborrecía de la manera extraña que se aborrece lo amado.

Pero no puedo remediarlo. Yo creo que esto es una enfermedad. ¿Tendré yo un mal incurable? Ojalá me muera mañana de él. Así descansaría... »No, no quiero claustro.

Me véis repleto y obeso al parecer y por ende me creéis bien comido, cuando lo que en realidad me hincha y me mata es una hidropesía incurable. ¡Pobre hombre! murmuró Roger. ¡Mala centella me parta si vuelvo á decir palabra! exclamó el arquero arrepentido. No juréis, dijo el peregrino, y por lo que á toca os perdono de corazón.

¿En qué? En que, rechazado por ti mi tratamiento, te debo considerar como incurable y hacerte el amor. ¡Qué disparates dices! ¿Vámonos al Retiro?... ¿Te acuerdas de aquellos paseítos, del Museo, de las fieras, de las naranjas que nos comimos entre los dos? Bien me acuerdo... Déjate de tonterías. No, no creas que voy a repetir ahora lo que entonces te decía.

Que murió no puede dudarse, por la índole incurable de su mal, pero nadie sabe cuándo ni cómo se extinguió aquella miserable vida, ni hay noticias del lugar de su sepultura. Acabó en el misterio, enteramente a solas si no le acompañaran el dolor y su conciencia, única compañía que le cuadraba. Era sábado.

Sólo no creo en una cosa de las más esenciales que él afirma; y si de esto dudo, o más bien, si esto niego, es por lo mucho que le amo. ¿Cómo he de creer yo en nuestra incurable miseria, en nuestro inconsolable dolor, y en que la actividad de la mente es don funesto, cuando, en el colmo de mi amargura, abandonada por él para siempre, todavía vale más el recuerdo de la dicha alcanzada y de la honra obtenida en ser suya que todo el pesar del abandono en que me deja? ¿Cómo he de creer que la vida es un mal, cuando veo y columbro la suya, que ha de ser fuente de tantos bienes? ¿Cómo he de apreciar en poco la vida, cuando el precio infinito de la vida de él bastará para el rescate del linaje humano? ¿Cómo he de llamarme infeliz y no bienhadada, si el fruto de su amor vive en nuestro hijo, si la gloria de su nombre me circundará de fulgores inmortales, y si el recuerdo de que ha sido mío, de que le he tenido a mis plantas, idolatrándome, embelesado en la contemplación de mi belleza, a par que lisonjea mi orgullo, es inagotable manantial de consuelo para mi alma?

Su tristeza sin tregua; su oculta vergüenza, con la que de continuo tenía que verse cara á cara, sin poder hallar alivio comunicándola y confiándose á una persona amiga; sus luchas de compasión y de desprecio por su marido y de amor y de odio por el Comendador; su horror del pecado que creía sentir sobre ella y que le pesaba como lepra asquerosa é incurable; su orgullo ofendido; su temor del infierno, al que á veces se creía predestinada, y su preocupación incesante de la suerte de Clara, á quien amaba con fervor y á quien en ocasiones aborrecía, como vivo testimonio de su más grave falta y de su más imperdonable humillación, habían influido lastimosamente sobre todos los órganos de aquella vida corporal.

Me sabía de memoria su fealdad, sus presunciones y bambollas, su incurable fisgoneo, y estaba bien avezada a sus bachilleradas y pegoterías, sin que nada de ello influyera desfavorablemente en el sentimiento, de compasión más que de otra cosa, que las pobres señoras me inspiraban; pero en aquella ocasión me pareció, su fealdad insoportable, me repugnaba el buen apetito con que comían, y me causaban escalofríos y convulsiones su voz, sus palabras y sus ademanes.

No puedo tomarlo mal; sois honrada, y muy noble, y muy dama; si estáis enamorada, enfermedad es esa con que nacemos, y enfermedad incurable, de que no debéis avergonzaros; conque ¿qué diré á don Juan Girón y Velasco? ¿Qué le habéis de decir de mi parte? Nada. Id con Dios. Quedad con Dios, señora. Y el bufón salió después de pronunciar con un retintín insolente sus últimas palabras.

Consta de una lápida que en tiempo de Felipe II fué descubierta en el sitio llamado los Marmolejos, descifrada por Ambrosio de Morales, y colocada en el que era convento de S. Pablo. El rey de Leon D. Sancho, que acudió á Córdoba á curarse una hidropesía calificada de incurable.

Palabra del Dia

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