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Actualizado: 14 de julio de 2025
Las improvisadas antorchas se extinguieron a la primera racha de viento y únicamente los rojos tizones oscilando en las tinieblas como fuegos fatuos iluminaban vagamente el estrecho sendero. Este les conducía por la cañada del Pino arriba, a cuya entrada se escondía en la cuesta una ancha pero baja cabaña con un techo primitivo hecho de cañas y cortezas de pino.
La muchacha habló débilmente de la necesidad de volver a casa en seguida, pero Isidro protestó. Su padre no iba a inquietarse por tan poca cosa; la creería, como otras veces, en casa de su compañera de Bellasvistas. Tal vez a aquellas horas estaría ya en el «Ventorro de las Latas», preparando su marcha a El Pardo. Unos faroles de papel iluminaban el merendero con difuso resplandor.
Y estas luces iban pasando en su gradación por los más diversos colores: violeta, púrpura, rojo anaranjado, azul, y, sobre todo, verde. Los pulpos gigantescos se iluminaban al percibir la proximidad de una víctima como soles lívidos, moviendo sus brazos de mortífero tirón.
Yo lo miraba desde la oscuridad, que a cada instante se hacía más densa, y él recibía, en ese momento de reposo en la altura, los rayos vivos del sol que lo iluminaban, dándole la apariencia que producía esa viva ilusión a mis ojos.
De tiempo en tiempo, un cohete de arranque subía rasgando los aires, estallaba en las alturas, y se deshacía en chorros de fuego, en luces blancas, verdes, rojas, que esmaltaban con los colores nacionales el obscuro cielo. Tronaban en el atrio los mortereres disparando marquesas, reventaba la bomba, y se iluminaban con rapidísima claridad, cúpulas y torre.
Lita era una pobre niña que no podía caminar y ni siquiera tenerse en pie. Atacada a la medula por incurable enfermedad, su cintura era deforme y sufría dolores que le arrancaban diariamente quejas y lágrimas. Toda su vida parecía concentrarse en los dos grandes ojos azules que iluminaban su carita de ángel.
La chillona voz de Celia acababa de reavivar cruelmente las sospechas de Delaberge. Las palabras de esa mujer iluminaban la oscuridad en que se movían sus temores imprecisos y sus inquietos presentimientos.
Conocíase por el repentino aumento de las llamas, que iluminaban de pronto los mohínos rostros de los marineros, agrupados en derredor de la chimenea contemplando el fuego con esa plácida expresión que da el hábito de las hermosas perspectivas y de los horizontes inmensos. También, a veces, quejábase Palombo con dulzura.
Fuera no se oía mas que el silbido de las balas, y golpes sordos en la pared; la cal se desconchaba, las tejas caían a tierra, y frente por frente, en dirección de las barricadas, a trescientos pasos, se veían los uniformes blancos, alineados, que se iluminaban con los fogonazos de sus propios disparos, en la noche obscura, y a la izquierda, al otro lado del barranco de las Minas, se divisaba a los hombres de la sierra que cogían de flanco al enemigo.
Al través de las sonrisas nerviosas que iluminaban su rostro por momentos y de las cortadas frases enigmáticas, se percibía el malestar, la inquietud y hasta un dejo de odio. Sonó la campana de la verja repetidas veces. El salón se pobló en pocos minutos con las quince o veinte personas que estaban invitadas. Llegó la marquesa de Alcudia sin ninguna de sus hijas.
Palabra del Dia
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