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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Se dió a gritos doña Rebeca; Narcisa, ilesa, inventó un desmayo, y Julio iluminó con un destello de feroz alegría su vidriosa mirada. Andrés, creyendo que había herido a su hermana, improvisó un segundo acto melodramático, y aprovechando una iracunda mirada de su madre, fingió querer clavarse en el pecho un inofensivo cuchillo de postre.
Un relámpago de alegría iluminó el semblante de Clotilde: alzose velozmente y le echó los brazos al cuello, diciéndole con voz conmovida: ¡Te he perdido, mi pobre Inocencio, te he perdido!... ¡Qué generoso eres!... Pero mira... yo te juro, por la memoria de mi padre, que te he de desquitar de la humillación que acabas de sufrir...
La menor frecuencia en el trato produjo un efecto contrario al que D. Fruela deseaba. En las mentes candorosas de él y de ella se trocó en adoración el afecto, y se iluminó y hermoseó con las galas y el esplendor de los sueños la imagen de la persona querida. Así llegaron ambos a cumplir catorce años.
Un fulgor breve, brillante, vaciló de improviso a través del cuarto, bailando por las paredes, vagando en reflejos amarillentos sobre el escritorio, e hizo brotar de la obscuridad, como un espectro agazapado, la mesa de tocador cubierta de blanco. El doctor había encendido un fósforo y buscaba la pequeña lámpara de pantalla verde que iluminó las noches sin sueño de Olga.
Sólo la tenue luz de una lámpara velada por el vaso de alabastro en que ardía iluminó la estancia tranquila, hasta que rayó el alba y sus resplandores primeros penetraron por la ventana, entreabierta a causa del calor del estío, penetrando también fresco y manso vientecillo, impregnado de aromas de mil flores, y el gorjeo de los pájaros que cantaban en la enramada y saludaban el día naciente.
Currita se encogió de hombros, disimulando bajo una perplejidad afectada el rayo de vanidosa alegría que iluminó su semblante. ¡Pero, Butrón, por Dios! dijo , por mí no hay inconveniente; pero ya ve usted que quien pierde aquí es Fernandito. Mira, Curra, Fernandito no pierde nada, porque nada tiene que perder... Tu marido es un imbécil Y eso lo sabe todo el mundo.
Y contrariando la actitud de su hermana, llamó gritando tan alto como pudo con sus débiles fuerzas: ¡Muñoz! ¡Señor Muñoz! ¡Estás loca! exclamó Zoraida azorada. ¡No podemos dejar que entre aquí! Pero ella siguió llamándole. ¡Entre, Muñoz! Apareció, su cara se iluminó también con la indecisa claridad azul. Traía el cabello revuelto y miraba con extravío a las muchachas fantásticas.
Y de pronto se le iluminó la cara con un fugaz resplandor de alegría, mientras aun su corazoncito soliloquió: ¡Ah, pero tengo un hermano!... Tengo a Salvador; lo había casi olvidado.... Di, Salvador, ¿eres tú hermano mío?... Yo quiero que lo seas..., yo quiero irme contigo, Salvador.... Y se quedó escuchando, como si su amigo fuese a responder, como si fuese a llegar en aquel momento.
Á esta pregunta, el pálido semblante de la señora de Freneuse se iluminó por una llama pasajera, sus ojos brillaron, y exclamó, con voz en la que se notaba aún cierto vigor: Hasta morir declarará que no ha cometido ese crimen atroz, que no ha podido cometerle. Mi hija y yo, ¿entiende usted, Marenval? no cesaremos de afirmarlo así.
La cara de militar adulterado no expresaba más que un interés decidido por la familia. Al fin Torquemada, que no gustaba de perder el tiempo, dijo a su amiga: «Vamos, doña Lupe, que hoy estamos de buena. ¿A que no me acierta usted la peripecia que le traigo?». La fisonomía de la señora se iluminó, pues sabía que su amigo llamaba peripecia a toda cobranza inesperada.
Palabra del Dia
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