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Actualizado: 8 de noviembre de 2025
Dios nos lleva y trae según sus fines.... No, no era Dios, sino el pecado, en figura de Sabel, quien lo arrojaba del paraíso.... Le agitó semejante idea y se cortó dos veces la mejilla.... Estuvo próximo a inferirse el tercer rasguño, porque le dieron una palmada en el hombro. Se volvió.... ¿Quién había de conocer a don Pedro, tan metamorfoseado como venía?
9 Y aconteció que cuando él volteó su hombro para partirse de Samuel, le mudó Dios su corazón; y todas estas señales acaecieron en aquel día. 11 Y aconteció que, cuando todos los que le conocían de ayer y de anteayer, vieron como profetizaba con los profetas. Y el pueblo decía el uno al otro: ¿Qué ha sucedido al hijo de Cis? ¿Saúl también entre los profetas?
Pero Batiste, que sentía en el hombro un dolor cada vez más insufrible, las sacó de sus lamentaciones ordenando con gesto hosco que viesen pronto lo que tenía. Roseta, más animosa, rasgó la gruesa y áspera camisa hasta dejar el hombro al descubierto... ¡Cuánta sangre! La muchacha palideció, haciendo esfuerzos para no desmayarse.
Cristeta vaciló un punto, sin atreverse a responder categóricamente. Hasta entonces había puesto especial empeño en no afirmarlo. Tampoco en aquel instante quiso decirlo, y en vez de contestar de palabra, como si cediese a una languidez incontrastable, dejó caer el dulce peso de su cuerpo sobre el hombro de Juan, al mismo tiempo que decía: ¡Qué desgraciada soy! ¡Déjame, déjame!
Sin embargo, al cabo de un instante, Tristán pareció volver en sí y dejó escapar un débil gemido. Tristán, Tristán, ¿cómo te sientes? ¿Tienes dolores? le gritó sofocada por la emoción. El joven se llevó la mano a un hombro. No te asustes... sólo aquí siento algún dolor murmuró con aliento casi imperceptible. ¿Quieres que nos quedemos esperando que alguien pase?
Y como la bruja aquélla tenía tanta confianza con el señor de la casa, permitiéndose tratarle como á igual, se llegó á él, le puso sobre el hombro su descarnada y fría mano, y le dijo: «Nunca aprende... Ya está otra vez preparando los trastos de ahorcar.
Ahí tenéis á los señores de Neville, Cosinton, Gourney, Huet y Tomás Fenton, hermano del canciller Guillermo. Fijaos bien en aquel caballero de la nariz aguileña y roja barba, que pone la mano sobre el hombro del capitán de moreno rostro, dura mirada y modesto traje. Bien los veo, dijo el barón.
Apoyaba su pecho en el de Fernando, ponía la cabeza en su hombro, indiferente a que alguien pudiese sorprenderlos, creyéndose sola con él en medio del Océano. Suspiraba lacrimosamente, como si la noche que venía pudiese traerle la desgracia... Ojeda se impacientó. Muy hermosa la puesta del sol, pero él no podía comprender tanta sensibilidad.
Absorto quedó el joven escudero por un momento, pero muy pronto se inclinó y tocó ligeramente el hombro de Simón. ¿Quién va? exclamó el arquero levantándose de un salto. ¡Hola, mon petit! Creí que nos sorprendía el enemigo. ¿Qué me quieres? Llevóle Roger á la ventana y díjole lo que acababa de ver.
Coloca suavemente la mano sobre su hombro; y, con una voz trémula de dulzura infinita y de inmensa tristeza: Levántate, hijo mío, y hablemos. Juan no hace un solo movimiento. ¿No quieres decirme qué tienes contra mí? El desahogo consuela... Alivia tu corazón contándome tus penas. ¡Consolar mi corazón!... ¡Ay!...
Palabra del Dia
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