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Actualizado: 8 de julio de 2025
Aquel que está a la puerta de esotro aposentillo con unas alforjas al hombro y en calzón blanco, le han traído porque, siendo cochero, que andaba siempre a caballo, tomó oficio de correo de a pie.
Cuando ya están repuestos y parecen felices, se presentan una mañana con el saco al hombro: «Me voy, patrón; arrégleme la cuenta.» Nada se consigue haciéndoles preguntas. Están contentos, no tienen de qué quejarse, pero se van. Apenas se sienten bien, el demonio que los empuja para que rueden por la tierra entera vuelve á acordarse de ellos.
Y dijo el socialista cristiano: Aquí lo que sobra es la materia; la letra mata, caballero, y tengo dicho mil veces que lo que sobran en España son oradores.... Pues usted no habla mal ni poco; acuérdese del club difunto, señor Parcerisa.... Y Orgaz hijo dio una palmadita en el hombro al de la fábrica. Parcerisa sonrió satisfecho. La conversación se extravió.
Intentó el príncipe cerrarla el paso cruzando su caballo en el camino, y ella lanzó el suyo contra el de Miguel con un impulso que hizo doblar las patas delanteras de las dos bestias. Toledo, que iba detrás, vió que mediaban entre ambos miradas iracundas acompañadas de duras palabras. Alicia levantó su latiguillo, golpeando al príncipe en un hombro. ¡A mí!... ¡A mí!
Pues eso es todo lo que ella quiere. Tarlein, que estaba enamorado, comprendió mejor la penosa situación en que yo me veía, y sin decir palabra puso la mano sobre mi hombro. Sin embargo prosiguió impasible el viejo Sarto, creo que esta noche debe usted declarársele. ¡Santo cielo¡ exclamé. O poco menos. Y por mi parte mandaré a los periódicos una nota semioficial.
En este tiempo tenía ya yo echada la aldaba a la puerta y puesto el hombro en ella por más defensa. Pasó la gente con su muerto, y yo todavía me recelaba que nos le habían de meter en casa; y después fue ya más harto de reír que de comer, el bueno de mi amo díjome: "Verdad es, Lázaro; según la viuda lo va diciendo, tú tuviste razón de pensar lo que pensaste.
Oyose un ruido como de paja removida, y luego la tapadera de madera se corrió: un cuerpo enorme, de una anchura de tres pies de hombro a hombro, delgado, huesudo, cargado de espaldas, con el cuello y las orejas color de ladrillo, los cabellos obscuros y espesos, inclinose para pasar por el boquete, y Marcos Divès apareció ante Hullin bostezando, estirando sus largos brazos y dando un suspiro contenido.
Y reanudó el poético murmullo, mirando la inquieta llanura de plata, sintiendo en un hombro la suave pesadez de Mina, que parecía ansiosa de un apoyo. La cubierta estaba solitaria. Todos los pasajeros permanecían en el salón de fiestas o en el fumadero. De tarde en tarde, risas, gritos y correteos en las puertas y escaleras.
Del hombro izquierdo del arquero pendía un ferreruelo blanco, con la roja cruz de San Jorge en su centro. ¡Hola! exclamó guiñando rápidamente los ojos, deslumbrados por la brillante luz del hogar y de las antorchas. ¡Buena lumbre, buena compañía y buena cerveza!
No me iré hasta dejar a José bajo tierra. ¡A que sí! No, coronel; ni que me diera usted a todo Ruritania. ¡Terco! exclamó. Venga usted aquí. Me llevó a la puerta. La luna iluminaba el camino y vi a cosa de quinientas varas un grupo de hombres que se acercaban por el camino de Zenda. Eran siete u ocho, cuatro de ellos a caballo, y vi que llevaban al hombro palas y azadones.
Palabra del Dia
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