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Actualizado: 8 de noviembre de 2025


Y él, desolado, golpea el suelo con el pie; se vuelve hacia Juan, que está pálido como un muerto, y le dice: ¿Qué tienes? Entonces Gertrudis le echa los brazos al cuello, se levanta hacia él y, como buscando su protección, oculta en su hombro el rostro bañado en lágrimas.

»¡Oh, Roberto! ¡Roberto! ¡Te amo! ¡Oh, ! ¡Te amo más que a todo en el mundo! y oculta su rostro en mi hombro. », tío, pero escucha lo que sigue.

Y todos los valientes que allí se encontraban, levantando la cabeza, gritaron: ¡Animo, señora Lefèvre! Entonces, la pobre mujer, dominada por tantas emociones, rompió a llorar, apoyándose en el hombro de Juan Claudio; pero éste la tomó en sus brazos como una pluma y salió corriendo a lo largo del muro, a la derecha; Luisa les seguía sollozando.

¡Recuerdo, recuerdo...! exclamo; pero ya la sombra del excelente don Amaranto se ha desvanecido, al hombro el tenedor de peltre, emblema del ascetismo de las casas de huéspedes. ; recuerdo que.... En rigor, ¿qué importa describir o pintar? ¿Qué importa obtener una visión de dos o de tres dimensiones?

Don Juan la retenía en sus brazos, reclinada sobre su hombro su cabeza, y lloraba. Apartad, señor, apartad dijo doña Clara con voz dulce ; vuestra esposa os lo suplica. Don Juan soltó á doña Clara, que estaba ruborosa y trémula. ¿Es verdad que me amáis tanto?... exclamó la joven, mirando con toda la fuerza de sus ojos negros á don Juan.

Acercó el rostro hacia el sitio donde debía de estar la cabeza de la dama, y dijo muy quedo: Joaquina, Joaquina. No despertó. Joaquina, Joaquina repitió. Tampoco hizo movimiento alguno. Entonces la sacudió levemente por el hombro, llamándola de nuevo. La dama dio un grito y despertó despavorida. ¡Jesús! ¿Quién es? ¿Quién va? No te asustes, soy yo dijo con voz débil el mayorazgo.

Después que hubo saludado, Gonzalo fué a sentarse cerca de Pablito, y pasándole la mano familiarmente por encima del hombro, le dijo al oído: ¿Cuál es la que más te gusta? Y al inclinarse hacia su futuro cuñado, clavaba una mirada intensa en Venturita, que correspondió a ella con otra muy singular. Después ambos las convirtieron a Cecilia. Esta no había levantado la cabeza del bastidor.

A estos comentarios en voz baja se unían las exclamaciones laudatorias de algunas viejas, adorando con sus ojos á la victoriosa. «¡Qué simpática!... Una gran señora. ¡Y tan bella!... ¡Que la suerte le acompañeSe movió un hombro negro sobre el cual asomaba su cabeza el príncipe, y éste vió la cara de Spadoni junto á sus ojos.

El ciego alargó su mano hasta tocar la cabeza de la Nela. Siéntate junto a . ¿No estás cansada? Un poquitín replicó ella, sentándose y apoyando su cabeza con infantil confianza en el hombro de su amo. Respiras fuerte, Nelilla; estás muy cansada. Es de tanto volar.... Pues lo que te iba a decir, es esto: Hablando del mar me hiciste recordar una cosa que mi padre me leyó anoche.

¿Qué me quiere mi amo? pregunta el viejo colocándose delante de los dos hermanos, sin soltar la pipa de barro que pende y se balancea entre sus labios. ¡Ahí lo tienes! dice Martín golpeando en el hombro al viejo, mientras asoma a su rostro una sonrisa de tierno respeto. ¿No me reconoces, David? pregunta Juan tendiéndole amigablemente la mano.

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