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Actualizado: 8 de noviembre de 2025
Entrándose en la ciudad los dos a buen paso y guiando el Cojuelo, la barba sobre el hombro , fueron hilvanando calles, y, llegando a una plazuela, reparó don Cleofás en un edificio sumptuoso de unas casas que tenían una portada ostentosa de alabastro y unos corredores dilatados de la misma piedra.
El júbilo ahogado que revelaba su voz hizo pasar en mis venas una sensación de calor y de bienestar. Creí por un instante que iba a echarme a su cuello y a llorar sobre su hombro para aliviar mi corazón, pero guardé mi reserva: ¿No me esperabais? pregunté, tendiéndole maquinalmente la mano.
Y hoy en la lucha santa que emprendimos Niños sobre la arena descendimos Para arrimar el hombro al patrio altar, Y al darnos nuestra madre abrazo estrecho Nos pone sollozando sobre el pecho Los colores de Salta y Tucuman.
Era una fuerte rodela, en cuya plancha de acero figuraba en esmalte, sobre campo de gules, un azor, cubierta la cabeza por el capirote y asido por la pihuela a una blanca mano que parecía de mujer. Tú tienes en el hombro derecho dijo el anciano grabado con indeleble marca, un azor semejante al del escudo. Por él serás un día reconocido y se sabrá quiénes son tus padres.
Era un desfile triste, como si acabase de ocurrir uno de esos desastres nacionales que suprimen las diferencias de clases y nivelan a todos los hombres bajo el infortunio general. ¡Qué desgrasia, señó marqué! dijo al de Moraima un rústico mofletudo y rubio llevando el chaquetón sobre un hombro.
D. Facundo dio un suspiro y dijo poniéndole la mano sobre el hombro. ¡Ay, Miguelito, sobre estas cosas y otras parecidas, hay mucho que hablar! Yo no diré que no esté mal lo que hace esa mujer; pero llamarla infame, no es tan justo como a primera vista parece.
Después de permanecer inmóvil algunos instantes examinando con atención el rostro desencajado de su cliente, dijo poniéndole una mano en el hombro: ¿Es la primera vez que viene usted a esta consulta? Sí, señor. Bien; diga usted.
A cada jugada, alguno de los tres agarraba el jarro, bebía en él reposadamente y lo pasaba á los compañeros, que lo iban empinando igualmente con no menos ceremonia. Los espectadores más inmediatos miraban los naipes á cada uno por encima del hombro para convencerse de que jugaba bien.
Llevaba terciada la espada del hombro, y en la mano apoyaba la pica obscura, pero de hierro muy luciente. Considerándolo un breve espacio, y porque no dudase de mi valor, le dije que estaba resuelto a todo, y ordenándome que le siguiese, fuíme en pos de él, ya casi perdido todo recelo por haberme largado la pica en que se apoyaba para que yo la condujese.
Su frente, que nunca habrá de reclinar sobre mi hombro; su boca, que mis labios no besarán jamás; el brillo intenso y profundo de sus pupilas negras, todo lo que sin haber llegado a conseguir juzgo perdido, me parece infamemente arrebatado al empezar a poseerlo.
Palabra del Dia
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