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Actualizado: 8 de junio de 2025
Apenas estuvo sola con Herminia, la cara de la señorita Guichard cambió de expresión y poniéndose sonriente, dijo: He aquí una feliz sorpresa, ¿no es verdad, hija mía? ¿Tú no esperabas ver aquí al tutor de Mauricio el día de tu matrimonio? ¡Oh! Estábamos seguros, Mauricio y yo, de que os reconciliaríais, respondió Herminia con convencimiento.
Clementina pensó: "¡Hipócrita! intenta engañarme, pero no sabe que estoy apercibida: sus astucias no tendrán efecto." Y en voz alta añadió: En el saloncillo, sobre la chimenea, encontrará usted un cofrecillo que contiene los recuerdos de soltera de Herminia. Ábrale usted mismo; he aquí la llave. Mauricio la cogió, la guardó en el bolsillo del chaleco y respondió: Voy enseguida.
El tiempo que el jardinero empleó en ir á prevenir al criado, pareció á la joven sumamente corto. Y cuando oyó crujir la arena bajo los zuecos del jardinero, pensó: "¿Qué tiene hoy Giraud, que corre tanto?" Aprestó el oído para oir la respuesta, que fué seca y terminante. La señorita está delicada y no recibe. ¡Qué mentira! murmuró Herminia, que sintió de pronto un involuntario descontento. ¡Ah!
Y, sin embargo, aquel era el punto débil en el que hubiera sido preciso herir para asegurar la victoria. Como ella era toda odio, no hizo entrar en sus cuentas el cariño que Herminia la profesaba. Mujer pérfida, no fundó esperanza alguna en la lealtad de Mauricio.
En esto pensaba la pobre Herminia mientras la señorita Guichard, incapaz de dominar su agitación, se paseaba por el salón, con las manos en la espalda y el cuerpo inclinado, en una postura meditabunda, digna de Napoleón. Una tempestad formidable se formaba desde la víspera en su cerebro.
Después se separaron y Herminia y Mauricio recorrieron del brazo el salón mientras Roussel se paseaba con aire distraído.
Sí, padrino mío; nos vamos. Herminia es la que lo quiere. Y tiene razón. Yo no quiero aconsejaros, pero en esta época, una temporada en la orilla de los lagos de Italia, en Bellaggio, por ejemplo.... Los ojos de Herminia se iluminaron. Nunca había viajado y no conocía nada.
El jardinero abrió y la puerta dió paso á Mauricio Aubry. Llevaba el brazo izquierdo en cabestrillo y su cara estaba todavía pálida. Esperando que vinieran á decirle si iba á ser recibido, se acercó maquinalmente al pabellón del portero. Tenía verdaderamente un aire distinguido y Herminia, que le miraba con sencillez, encontraba en verle un vivo placer.
La muchacha levantó la cabeza y con cierta compasión dijo: La señorita ruega á la señora que entre en el salón. Herminia no respondió y abriendo la puerta del salón encontró leyendo á la señorita Guichard. ¿Sales, hija mía?, preguntó la solterona con una perfecta tranquilidad, como si nada hubiera pasado entre las dos aquella misma mañana. Sí, tía mía; si usted no tiene inconveniente.
Se le llevó á un rincón y le preguntó con acento inquieto: ¿Qué hay? Hay, que no he encontrado el coche y que no sé dónde está Herminia. ¿Qué es lo que dices? Herminia se ha vestido y, evidentemente, ha ido á la carretela. Pero la carretela no está. Se miraron, con un principio de sospecha. ¿Dónde está Clementina? preguntó Roussel. Ha salido del salón hace más de un cuarto de hora.
Palabra del Dia
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