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Actualizado: 8 de junio de 2025
Por último, temió que Mauricio le juzgase egoísta y tuviese de Clementina mejor opinión que de él y quiso demostrar la diferencia que había entre ellos y hacer apreciar su abnegación comparada con la inflexibilidad de la señorita Guichard. Mauricio dejó su sitio lentamente y como á disgusto. Aquel día Herminia no había aparecido en el jardín.
Pero yo no soy más que una mujer y no tengo valor para decidir entre lo que me parece mi deber y lo que es mi deseo ... Tú, que tienes la firmeza necesaria, manda; yo obedeceré. Mauricio movió la cabeza. No, Herminia; yo no puedo hacer lo que pides.
En el mismo momento, Mauricio y Herminia, un poco inquietos al ver lo que duraba la conferencia, abrieron la puerta del salón. El espectáculo que se ofreció á sus ojos era de tal modo sorprendente, que permanecieron inmóviles: la señorita Guichard y Roussel se abrazaban, y no para ahogarse, porque ambos reían con algo de enternecimiento. Venid, hijos míos, dijo Roussel.
Herminia, corre al ropero.... Herminia, como una sílfide, estaba ya en la escalinata. Es un hombre distinguido, dijo el doctor; su porte es cuidado y tiene una buena fisonomía.... Algún excursionista á quien han atropellado esos locos.... El alquilador de caballos de Ville-d'Avray me vale ciertamente, un año con otro, diez brazos rotos y costillas fracturadas.... ¡Ah!
Herminia y él estaban convencidos de que aquella atmósfera de pura alegría había dulcificado su corazón y de que se prestaría de buen grado á reconciliarse con Roussel.
La señorita Guichard subió inmediatamente al coche, se fué á Courbevoie, vió á la niña, que se llamaba Herminia, la encontró á su gusto, dió quinientos francos á la nodriza y se fué colmada de bendiciones y llevando triunfalmente á su heredera. En su condición de mujer soltera, le pareció inconveniente el ser llamada mamá y enseñó á Herminia á llamarla "mi tía."
Salid. Después añadió con acento de desprecio. ¡Estrechar la mano á mis criados! tiene los gustos bajos de su padre. Esta conclusión la satisfizo, aunque no fuera justa, y Clementina volvió á entregarse á sus ocupaciones habituales. Á los tres días y á eso de las tres de la tarde, estaba Herminia trabajando bajo el emparrado, cuando la hizo estremecerse una campanada que sonó en la verja.
Por la mañana, en efecto, entró en el cuarto donde Herminia había acabado por dormirse con un sueño febril y puso una carta sobre la mesa, diciendo: Lee y añade lo que quieras.
Eso era dudoso, querida Herminia, mientras que ahora soy tu marido, me perteneces, tengo derechos sobre ti. Y si fueran puestos en duda.... Bien, ¿qué harías? preguntó la joven con encantadora sonrisa. Tomaría una resolución violenta.
Levantó la frente y adelantándose hacia Clementina: Has tratado con Mauricio y con Herminia: está muy bien, dijo graciosamente; pero no estás arreglada conmigo. ¿No te parece, mi querida prima, que tenemos algo que hablar? Es preciso no ocultar nada en el corazón en una situación como la que vamos á afrontar. Vaciemos, pues, nuestro saco, para no volver más sobre el asunto.
Palabra del Dia
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