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Actualizado: 19 de octubre de 2025
Y cuando sus ojos se encontraban con el rayo de aquellos ojos negros, sentía una impresión no muy grata, al modo de esos presentimientos inseguros que son, no como el contacto de un objeto, sino como la sensación del aire que hace el objeto al pasar rápidamente. «Según ha dicho el médico indicó la Delfina decidida a pegar la hebra , la pobre Mauricia no saldrá de esta».
Y les diremos cómo se hace una hebra de hilo, cómo nace una violeta, cómo se fabrica una aguja, cómo tejen las viejecitas de Italia los encajes. Las niñas también pueden escribirnos sus cartas, y preguntarnos cuanto quieran saber, y mandarnos sus composiciones para la competencia de cada seis meses. ¡De seguro que van a ganar las niñas!
Cuando nuestro joven la veía ponerse las gafas y tomar entre sus dedos una chambra, frotarla cuidadosamente, acercarla a los ojos para ver si descubría alguna pérfida hebra de algodón entre su cándido hilo, un estremecimiento de dicha inefable corría por su cuerpo; la emoción le ahogaba; necesitaba volverse de espaldas para no caer a sus pies y expresarle en términos fervorosos delante de los horteras toda la veneración, todo el entusiasmo que su conducta generosa le inspiraba.
Mientras Casiana hablaba en voz baja con Demetria, la Burlada pegó la hebra con Crescencia en el rincón próximo a la puerta del patio. ¡Qué le estará diciendo a la Demetria! A saber... Cosas de ellas. Me ha golido a bonos por el funeral de presencia que tenemos mañana.
No teniendo los abacaleros competencia en mercados extranjeros, no comprendemos que este producto sufra depreciaciones, siempre que la ambición no ciegue al agricultor, desprestigiando el filamento con su codicia, beneficiándolo fuera de sazón ó llevándolo colorado al mercado; signo evidente de que se ha hecho mal la sencilla operación de la extracción de la hebra, dejándole pulpa ó carnaza que si bien la hace subir de peso la hace bajar de precio.
Sí que lo es; pero creo muy difícil quitársela de la cabeza. Eso corre de mi cuenta... ¡Oh! Si no tuviera yo otras montañas que levantar en vilo... dijo el clérigo apartando de sí la ensaladera, en la cual no quedaba ni una hebra . Verá usted... verá usted si le vuelvo yo del revés como un calcetín. Para esas cosas me pinto...
Pero algo más tenía que decirle: «Yo estoy en deuda con usted, Benina, pues dispuse que mi madre política, a quien gobierno con una hebra de seda, le señalaría a usted dos reales diarios... Como no nos hemos visto por ninguna parte, no he podido cumplir con usted; pero me pesan, me pesan en la conciencia los dos reales diarios, y aquí se los traigo en quince pesetas, que hacen el mes completo, señá Benina.
La primera era la criada, con el delantal de rizos de los días de fiesta, y la cofia de servir la mesa en los días de visita: traía el chocolate, el chocolate con crema, lo mismo que el día de año nuevo, y los panes dulces en una cesta de plata: luego venía la madre, con un ramo de flores blancas y azules: ¡ni una flor colorada en el ramo, ni una flor amarilla!: y luego venía la lavandera, con el gorro blanco que el cocinero no se quiso poner, y un estandarte que el cocinero le hizo, con un diario y un bastón: y decía en el estandarte, debajo de una corona de pensamientos: «¡Hoy cumple Piedad ocho años!» Y la besaron, y la vistieron con el traje color de perla, y la llevaron, con el estandarte detrás, a la sala de los libros de su padre, que tenía muy peinada su barba rubia, como si se la hubieran peinado muy despacio, y redondéandole las puntas, y poniendo cada hebra en su lugar.
En el pescante iban el cochero y Patón. Dentro, Novillo y Apolonio, tiesos, sin cambiar palabra, como dos fetiches llevados a extender el culto a nuevos territorios. Así transcurrió una hora; una hora prolongada, estirada, adelgazada en una hebra interminable y perezosa, como si estuviese hilada con ritmo lentísimo por las yemas de unos dedos rígidos y entumecidos: los cascabeles de las yeguas.
Le dominaban dos pasiones: la de controvertir y disputar, y otra, muy dulce y pacífica, el tresillo nocturno en casa de Sarmiento, con el P. Solís, don Cosme, y algunos más. Baltronero como el mejor, a causa de la vehemencia de su carácter, cuando tomaba la palabra era imposible cortarle la hebra del discurso.
Palabra del Dia
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