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Actualizado: 13 de junio de 2025


De noche digo.... A ver el guante... Toma contestó Frígilis, arrojando desde lejos la prenda.... Pues... ¡está bueno! ja, ja, ja... buen canónigo te Dios.... Lo que entiende usted de modas, don Tomás.... ¿Pues no dice que es un guante de canónigo?... ¿Pues de quién es? De mi señora.... No ve usted la mano... qué chiquita... a no ser que haya canónigas también. ¿Y se usan ahora guantes morados?

El demonio eres replicó la fiera, que parecía ya, por lo muy exaltada, irresponsable de los disparates que decía . Facha, mamarracho, esperpento... Echa, echa más veneno murmuraba Sor Marcela con tranquilidad, abriendo la puerta de la prisión . Así te pasará más pronto el arrechucho. Vaya, adentro, y mañana como un guante. A la noche te traeré de comer. Paciencia, hija...

Cuando se recuerdan los días preliminares del conflicto, se comprende que todo el que pensara, ya exaltado por la pasión patriótica o sin esa exaltación y contemplando el espectáculo desde fuera, en que Cuba iba a luchar contra España, en que una revolución no bien organizada iba a lanzar el guante a un Estado organizado y con recursos, no podría nunca concebir que los revolucionarios aspiraran a un éxito militar decisivo y rápido.

Había en ellos energía, vigor, constancia, empeñoso esfuerzo. Y así, durante su juventud, lo mismo sujetaban un «rodeo» con espíritu varonil que dirigían con sencilla elegancia un cotillón. Bajo el guante blanco advertíase la vitalidad de las manos dominadoras de toros. En aquellas manos veía la mujer un firme apoyo y en aquellos corazones una inalterable y noble constancia.

Sobre la mesa había unos guantes, varios libros, dos retratos en bonitos marcos, uno de ellos del gordo Arnaiz, una papelera, juego de de finísima porcelana, una cajita de marfil y otros objetos muy lindos. «Aquel guante dijo Moreno , que monta sobre la papelera, parece exactamente un lebrel que corre tras la caza... ¡Qué silencio tan solemne hay ahora!

Si es favor, Cuando á besaros la mano Vengo, que el guante perdáis... ¿Qué decis? ¿No me le dais? Tomad. Para ser tan vano, ¿Os turbáis? ¿Qué os embaraza? El guante. Este es sombrero, Y yo de vos no le quiero Sin la cabeza.

Estaban todos los agujeros poblados de brújulas; allí se veía una pepitoria, una mano y acullá un pie; en otra parte había cosas de sábado: cabezas y lenguas, aunque faltaban sesos; a otro lado se mostraba buhonería: una enseñaba el rosario, cuál mecía el pañizuelo, en otra parte colgaba un guante, allí salía un listón verde.

No quedaba más canónigo probable que el Magistral; el único bastante listo para meter aquellas cosas en la cabeza de Ana. Del Magistral era el guante, sin duda. Y Petra andaba en el ajo. Era encubridora. ¿De qué? Esta era la cuestión. De nada malo debía de ser. Anita era virtuosa. Pero la virtud era relativa como todo; y sobre todo Anita era de carne y hueso.

Y señalando con su mano flaca, cubierta de guante canelo, una luz que a cierta distancia se veía, como farolillo de taberna o café, dijo entre suspiros: En donde está aquella luz se reúnen sus amigotes de usted.... Caballero, si me permite usted que le dirija un ruego, le diré que por nada del mundo sea usted masón.

Sus rodillas estaban en contacto. Tomaba una de sus manos, acariciándola, introduciendo un dedo por la abertura del guante. ¡Aquel maldito jardín, que no permitía mayores intimidades y les obligaba á hablar en voz baja después de tres meses de ausencia!... A pesar de su discreción, el señor que leía el periódico levantó la cabeza para mirarles irritado por encima de sus gafas, como si una mosca le distrajera con sus zumbidos... ¡Venir á hablar tonterías de amor en un jardín público, cuando toda Europa estaba amenazada de una catástrofe!

Palabra del Dia

rigoleto

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