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Actualizado: 13 de julio de 2025


La mirada envenenada que me lanzó entonces, no la olvidaré en mi vida. Pero ya sabía con quién tenía que habérmelas. Por otra parte, ella recogió el guante en seguida.

¡Ah! , tenéis razón; sudo para hablar en prosa, ni más ni menos que le acontece á Montalván cuando quiere hablar en verso, ó como al duque de Lerma cuando no encuentra cosa á qué echar el guante. ¡Por la Virgen! ¡ved que estamos en casa del duque, y que nos escuchan sus criados! ¡Pues mejor! ¿Mejor? no entiendo.

Una racha viviente, un huracán femenino que apareció en la puerta, acabó de despejarla del todo; entró Isabel Mazacán, con su paso de Diana cazadora, alta la cabeza, altiva la mirada; demasiado señoril para cocotte demasiado desvergonzada para gran dama. Besó a la duquesa, quitóse un guante, bebió dos sorbos de ...

¡Puf! ese no es ningun guante, pero por el olor parece un calcetin. Y lo más gracioso, continuó Makaraig, es que el P. Irene nos recomienda celebremos el hecho con un banquete ó una serenata con antorchas, ¡una manifestacion de los estudiantes en masa dando gracias á todas las personas que en el asunto han intervenido!

Era alta, delgada, rubia, graciosa, pero no tanto como pensaba ella; sus ojos pequeñuelos que cerraba entornándolos hasta hacerlos invisibles, tenían cierta malicia, pero no el encanto voluptuoso por lo picante, que ella suponía. Al tocarla la mano cuando no tenía guante, notaba el tacto el pringue de alguna golosina que Visita acababa de comer.

, señor; lo del concierto: ya que y otros queréis echar un guante disimuladamente en favor de esos pobres cómicos que han quedado en el pueblo y no deben de pasarlo bien. Perfectamente; muy bien hecho. Es una gran idea y una obra de caridad. Haremos una limosna y nos divertiremos. Magnífico. ¿Verdad, tío, que es una idea excelente?

Así era la enfermedad de Anita. En cuanto al contagio, que debía de haberlo habido, él lo atribuía al Magistral. Se acordaba del guante morado. Mucho tiempo lo había tenido olvidado, pero un día se le ocurrió preguntar a la Regenta si las señoras usaban guantes de seda morada y ella se había reído. Era, por consiguiente, un guante de canónigo. Ripamilán no los usaba casi nunca.

Hago voto de no descubrir este ojo hasta haber visto la tierra de España y realizado en ella un hecho de armas que redunde en honra de mi patria y de mi nombre. Así lo juro sobre mi espada y sobre el guante de mi dama. Al veros y oiros me siento rejuvenecer veinte años, Morel, le dijo su amigo cuando hubieron montado y puéstose en camino hacia la Puerta del Mar.

Se dijo que más de un alma se sintió regenerada con la eficacia de aquel discurso, y que fueron muchos los que juraron eterna gratitud al Sr. Dimmesdale por el bien que les había hecho. Pero, cuando bajó del púlpito, le detuvo el anciano sacristán presentándole un guante negro que el ministro reconoció por suyo.

Allí mandaba Frígilis y nadie más. En cuanto entró, se dirigió al cenador. Recordaba haber dejado encima de la mesa de mármol o de un banco, en fin, allí dentro, unas semillas preparadas para mandar a cierta exposición de floricultura. Buscó, y sobre una mecedora encontró un guante de seda morada entre las semillas esparcidas y mezcladas sobre la paja y por el suelo.

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