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Actualizado: 7 de junio de 2025


El coronel y yo me explicó, saldremos de aquí a las seis de la mañana para ir a caballo a Zenda, regresaremos con la guardia de honor a las ocho, y entonces cabalgaremos todos juntos hasta la estación. ¡El diablo cargue con la tal guardia de honor! gruñó Sarto. No, ha sido una atención muy delicada de mi hermano el pedir esa distinción para su regimiento dijo el Rey. ¡Ea, primo!

En la sala de juego, adonde se fué después de haber despedido a los soberanos, le tenían materialmente bloqueado una porción de especuladores de segunda y tercera fila. ¿Cómo van las acciones de Riosa, duque? se atrevió a preguntarle uno. No me hable usted de eso gruñó el prócer poniendo los ojos torvos.

Al pronto sólo pensó en alcanzar a Primitivo, y lo logró en lo alto del camino que baja a los Pazos. Aunque el cazador iba como el pensamiento, el rapaz corría en regla también. ¡Anda al demonio! ¿Qué se te ofrece? gruñó Primitivo al conocer a su nieto. ¡Mis dos cuartos!

Es el pobre Pleyel, no hay duda, gruñó Simón. ¡Pero que me aspen si no le ajusto yo las cuentas á este senescal de los demonios por la manera que tiene de tratar á sus huéspedes! No, no, Simón, los asesinos son aquellos bandidos ocultos en el bosque de que te hablé antes. Y el barón, sabe Dios qué suerte le habrá cabido. Vuelo á su lado....

¡Mis lindos capones! gruñó Susana, que juzgó oportuno aparecer y unir su nota sombría a la nota chillona de su ama. ¡Ah, piel de Judas! gritó mi tía. Y se precipitó detrás de las sirvientes cerrando furiosa la puerta de un golpazo. Señor cura dije yo inmediatamente, ¿creéis que en el universo entero haya otra mujer tan abominable como mi tía?

De la hija de mi mujer replicó Platón con gravedad, echando una mirada de desdén al cuadro de las trenzas. Yo creí que eran de... balbució la dama sin atreverse a acabar la frase . Y la joven a quien pertenecía ese pelo, ¿dónde está? En el cementerio gruñó Izquierdo con acento más propio de bestia que de hombre.

Qué fastidio, Kimble, el tener que salir en éste momento, ¿eh? dijo el squire . Bien podía haber ido a buscar a vuestro ayudante, el aprendiz... ¿Cómo se llama? ¿Hubiera podido? ¡pero para qué decir que hubiera podido! gruñó el tío Kimble, apresurándose a salir junto con Marner, seguido por el señor Crackenthorp y por Godfrey. ¿Queréis buscarme un par de zapatos gruesos, Godfrey?

¡Hola, feo! ¿Con que estamos de mal humor? dijo tranquilamente el barón, cruzando por dos veces con su pañuelo de seda el hocico del oso. El animal, sorprendido, le miró un momento, cayó sobre las cuatro patas y gruñó de nuevo, mirando á derecha é izquierda como sin saber qué resolución tomar, mientras el barón, á dos pasos, lo contemplaba con curiosidad, guiñando sus irritados ojillos.

Yo con mil reales seré más rico siempre que con mil duros; porque gastarlos. Calderón gruñó algunas protestas y siguió trabajando. El duque, sin quitarse el sombrero, dejóse caer en la única butaca que allí había forrada de badana blanca, o que debió de ser blanca.

Orejón y el conde se retiraron. En el pasillo, donde salió a despedirles el dueño de la casa, fueron sorprendidos, como otro visitante anterior, por un gran desprendimiento de cascotes del techo. Llueven piedras, ¿o qué es esto? gruñó Orejón deteniéndose. No es nada. Los ratones me tienen minado el techo. Ya os arreglaré, masoncillos.

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