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Actualizado: 9 de junio de 2025
Sólo por él, por salvarle... si mañana no tenemos la suma justa, la falsificación queda descubierta... ¡qué horror! a lo que se exponen estas criaturas sin discernimiento; porque Quilito lo ha hecho de inocente, de atolondrado... ¡Volver a casa de misia Petronila! ¿a qué? para sufrir un segundo desaire: no, lo mejor, es esto; Gregoria no puede negármelo: si no es para mí, ni para Pablo, es para el hijo de Pilar, una Esteven, ya que desprecia tanto a los Vargas, olvidando el apellido que lleva.
En una ocasión, Gregoria contestó de mal talante y el padre le arrojó un pan a la cara, bañándosela en sangre; el varón estuvo desterrado quince días de la casa, por igual delito.
Misia Gregoria halló, en su amor de madre, fuerzas para decir: Eso no, Bernardino, ¡pobrecito! la verdad es que él no tiene la culpa; todos han hecho lo mismo: ahí está el hijo de la cuñada de Eneene, que la ha dejado en la calle, y el doctorcito ese que te hace la corte para que le hagas nombrar diputado, se ha comido en la Bolsa toda la fortuna, muy seria, por cierto, de su hermana viuda, aquella tan festejada y codiciada, la que se ve hoy en el caso de pedir dinero a interés a don Raimundo Portas, para poder vivir.
La carta llegó sin contratiempo a poder de Gregoria, que se pasmó de tal proyecto, quedando aturdida y sin saber qué hacer; vinieron a las manos su pudor y su cariño, el deber filial y su conciencia, y en esta lucha y en este sobresalto estaba, cuando llegó la hora de sentarse a la mesa. Anochecía.
Llegué a Madrid, y como había alentado una ilusión acaso para entretener mi hastío, y esta ilusión era la atmósfera en que vivía, sin tomarme más tiempo que el necesario para lavarme y mudar de traje me presenté en el colegio. Salió a abrirme una persona desconocida, que me miró con extrañeza. ¿Doña Gregoria...? dije. No vive aquí, me contestó la criada y me dio con la puerta en las narices.
Pero misia Gregoria no participaba de esta conformidad; cuando se repuso, apretando el pañuelo sobre los ojos hinchados, contó la historia de la desgracia. El ciclón desencadenado sobre la Bolsa había arrastrado todo, casas, tierras, depósitos bancarios... así, en un santiamén... ¡todo, todo! Lo único puesto en salvo era la estancia, que les serviría de asilo.
Nanita decía Angela, la menor, una niña que entre otros defectos que ya irán saliendo, tenía el horrible e imperdonable de comerse las uñas, Nanita, vas a desenredarme el pelo y hacerme la trenza. Así; perfectamente. Misia Gregoria llegaba: Anda, hija mía, ve cómo esa condenada de cocinera prepara el escabeche; tú entiendes de guisos.
¡Qué mal hombre es usted! exclamo Dª Gregoria . Y su pobre padre y toda la familia llorando su ausencia, y muertos de pena sin poder traer al buen camino a este calaverilla que durante quince años y desde aquella famosa aventura... Pero chitón añadió, volviendo la cara hacia mí : me parece que el chico se ha despertado y nos está oyendo.
Ven, monina; ¡qué pícara es! tiene tus ojos, Gregoria. La besó, y la muchacha, en vez de devolver la caricia, soltó una carcajada estridente. ¡Ah! la tía Silda, ¡ja, ja, ja, ja! Y salió del cuarto riendo y haciendo cabriolas. Es una loca observó misia Gregoria, está furiosa porque nos vamos al Frigal, ¡figúrate!
No, no le nombre usted dijo D.ª Gregoria , porque si todos los demás son como ese de las melenas, buena gavilla de perdidos ha metido Napoleón en España.
Palabra del Dia
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