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Actualizado: 28 de noviembre de 2025
Volviéronse, con esto, a sentar a comer de los despojos que había dejado el enemigo, muy de espacio, y estando en los postreros lances de la comida, entraron algunos mozos de mulas en la venta, llamando al Güésped y pidiendo vino, y tras ellos, en el mismo carruaje, una compañía de representantes que pasaban de Córdoba a la Corte, con ganas de tomar un refresco en la venta.
Al cabo siguió repitiendo el comienzo: «Mis queridísimos padres: Me alegraré que al recibo de esta carta se encuentren ustedes buenos y Pepín y Manolín también y el ganado igualmente. Yo tengo salud gracias á Dios, aunque no tanta como en ésa. Muchos días no tengo ganas de comer y dicen que me he quedado más delgada.
Vamos á probarlos concluyó diciendo y nos refrescaremos la boca... A ver, Solita, hija, haz el favor de subir y traérnoslos. No tengo gana respondió secamente ésta. Velázquez quedó suspenso y acortado. Vamos, querida manifestó tímidamente, es cuestión de un instante... Los tienes á la puerta misma del comedor, en un cesto... Es que no tengo ganas de subir escaleras ahora.
Muy mansos..., como corderos.... No se me han opuesto de frente a nada. Pero habrán hecho de lado cuanto se les antoje.... Mire usted, don Julián, a veces me dan ganas de empapillarle a usted. Lo mismito que a los pichones. Julián replicó todo compungido: Señorito, acierta usted de medio a medio. No hay forma de conseguir nada aquí si Primitivo se opone.
En ocasiones nos sacaba los colores al rostro. Ganas daban de contestarle con un revés o con un insulto atroz; pero Quintín tenía siempre una sonrisa, un chiste, una frase cariñosa para calmar la tempestad. Paraba el golpe, y no había más remedio que tomar a broma el incidente, reir, dar un abrazo a quien momentos antes hubiéramos estrangulado de muy buena gana, y seguir oyéndole.
¡La retirada de Gonzalo! exclamó la señora volviendo con asombro la cabeza. ¿Qué quieres decir, criatura? Sí, la retirada, porque a mí me consta que no está enfermo. Ayer estuvo toda la noche jugando al billar en el café de la Marina. ¡Bah, bah! ¿Tienes ganas de reir? No me río, mamá, hablo en serio. ¿Y quién te ha dicho a ti eso? Lo sé por Nieves, que se lo dijo su hermano.
El caso es que tenía afán de llegar al puerto; pero, una vez en él, echaba de menos la vida de a bordo. No sé lo que tiene el mar que atrae, ¿verdad?... ¡Aquel aire tan puro!... ¡Aquel movimiento!... ¡Aquella libertad!... A que sientes ganas de volverte al barco, ¿eh? terminó diciendo con una sonrisa maliciosa que acreditaba su extremada perspicacia.
Veía con delicia las mangas de riego, sintiendo ganas de recibir la ducha en sus propias carnes; pero luego se desprendía del suelo un vapor asfixiante, mezclado de emanaciones nada balsámicas, que la obligaba a avivar el paso.
Ahora me explico sus lágrimas, su miedo de acercarse a mí, sus palabras tristes...; no puede menos de quererme. Y el chico... ¿mío? ¡sabe Dios!; pero no es ningún imposible... y ese señor Martínez... ¡anima!, aunque no, puede que no esté sino perdidamente enamorado, loco, ¿no ha de poder trastornarse otro hombre si a mí me están dando ganas de llorar?» <tb>
Desde entonces comenzó a observar con intensa atención los movimientos de su esposa, a reconocer a hurtadillas todos los cacharros que había en el aparador, a dirigir rápidas y penetrantes miradas a aquélla cada vez que gustaba los alimentos. Cierta noche, después de comer, no sintiéndose con ganas de salir, se acomodó en una butaca y pidió que le hiciesen te.
Palabra del Dia
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