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Actualizado: 28 de noviembre de 2025
Otras ciento me puedes matar, respondió el baron, pero no te has de casar con mi hermana miéntras yo viva. Donde se da fin á la historia. En lo interior de su corazon no tenia Candido ganas ningunas de casarse con Cunegunda; pero la mucha insolencia del baron le determinó á acelerar las bodas, sin contar que la baronesita le apretaba tanto, que no las podía dilatar mas.
Le venían ganas atroces de gritar a los oradores: «¡Burros, pollinos!» como acostumbraba a hacer en el Saloncillo, o de fulminar contra ellos uno de esos sarcasmos feroces que levantan roncha. «Aquellas payasadas» le habían revuelto la bilis. No era milagro. Ya conocemos la gran virtud de segregación que el hígado del ex marino poseía.
Y se quedó mirando de hito en hito a Isabel Mazacán, cuyas misteriosas ganas de acompañar a la reina destronada en aquella expedición eran de todos conocidas. Esta, que hacía largo tiempo que sentía furiosos hormigueos en la lengua, se aprestó a soltar alguna de sus crudezas.
Dan ganas de creer que es el género más amoroso que existe al ver sus extrañas metamorfosis de himeneo. El amor es el esfuerzo de la vida para ser más allá de su ser y poder más que su potencia.
Debiera clavarte por las orejas a la pared y exponerte a la vergüenza pública... Por lo menos debiera romperte las costillas con este bastón, ¡y me están dando ganas de hacerlo!
En algún momento se abría una abertura y salía un haz de rayos que llenaba el mar de reflejos de color de rosa y morados, reflejos que no llegaban al interior de las olas, porque éstas presentaban su hueco en sombra de un tono azul verdoso muy pronunciado. A la altura de Zumaya se ocultó definitivamente el sol, tiñendo de rojo las ganas, y la obscuridad se precipitó sobre el mar.
Subió Delaberge a su habitación, pero los incidentes de aquella tarde le tenían un poco excitado y no se sentía con ganas de dormir. Abrió la ventana que daba al jardín. Hacia el otro extremo de la fachada vio una luz en una ventana y recordó que era aquélla su habitación, ahora ocupada por Simón Princetot.
¡Que se necesita una semana para leer todo esto y ante la imposibilidad de hacerlo acaba uno por no leer más que los títulos y a veces ni eso! ¿De modo que los diarios no sirven para nada? Van en ese camino, como que han pasado de la síntesis informativa a la dilución abrumadora. ¡Es ganas de criticar! No hay tal y en mí menos; pero mira... 36 páginas... y... 24 páginas...
«Allá voy, muñeca; le decía es justo que después de los trabajos y fatigas del Adviento me dé yo mis verdes. Viejo y enfermo, este pobre cura todavía tiene ganas de subir y bajar. Además, ¡me muero por ver a mi Linilla! Buena falta me haces aquí. Francisca ya no sirve para nada; cada día está más chocha, y todo se le va en gruñir y regañar. Ni yo me escapo.
Estas y otras tonterías no tenían consecuencias, y al cuarto de hora se echaban a reír, y en paz. Pero aquella noche, al retirarse, sentía la Delfina ganas de llorar. Nunca se había mostrado en su alma de un modo tan imperioso el deseo de tener hijos.
Palabra del Dia
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