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Actualizado: 28 de noviembre de 2025
La verdad es que si la civilización era lo que creía don Matías Cepeda: tener un almacén de cacao y de azúcar y otro almacén de chistes y de frasecitas, yo no llevaba camino de civilizado. A veces me daban ganas de dar un puntapié a aquella gente, que después de todo no me servía para nada, y mandar a paseo a don Matías, a su mujer, a la niña y a todos sus amigos y amigas.
Era un jesuita, un hipócrita; vivía como un imbécil, sin alegría, sin amables desórdenes. ¿De qué le servía el dinero?... Aconsejaba a su sobrino que no entrase a verle en el viejo patio de las Américas. Te recibirá con unos aires de personaje que dan ganas de soltarle dos tortas... En cuanto a mis hijos, los dos han salido a su tío. Se pelean conmigo y me reniegan por menos de una perra chica.
Máximo respondió: Es joven en años, pero la creo muy adelantada para su edad. Su voz dura me hirió tanto como la mordaz ironía de sus palabras, cuyo sentido yo sólo comprendía. Pensaba en las fatales cartas que me había visto ocultar. ¡Oh! ¡Con qué ganas le hubiera arrojado al rostro la verdad! ¡Cómo le hubiera dicho que guardase sus desprecios para la que los merece!
En Navachescas hay otro ladrón que lleva muertos dos dañadores, y, según dicen, tiene ganas de verme delante de su escopeta. Isidro y el vendedor de periódicos cruzaban una mirada de inteligencia. Era cosa convenida: lo dejarían para más adelante.
En esta, dando una prueba de exquisita honradez, puso el importe de los cigarros que con el dinero de Isidora se había comprado. Capítulo III Entreacto con la Iglesia Un mes no completo había transcurrido de esta vida honrada y económica, sin que Isidora pudiera llegar a decidir en qué profesión, arte u oficio había de emplear su talento y ganas de ponerse al trabajo.
Y al decir esto corrió hacia una de las hayas que bordeaban el camino y prosiguió, rodeando casi con uno de sus brazos el robusto y argentado tronco: Un árbol sano y hermoso es para mí como una persona, como un hermano y hasta a veces me entran ganas de besarle...
Tenía escalofríos, dolor de cabeza y ganas de bostezar a cada momento. Conociole doña Lupe en la cara la desazón, y le preguntó con gran interés: «¿Tienes ascos, mareos...?». No sé lo que tengo; pero me acostaría de buena gana.
Velázquez se quedó un instante á la puerta con su amante y al cabo también se despidió de ella hasta el día siguiente. Estaba cansado y tenía ganas atroces de dormir. Esto dijo, al menos, al separarse: la verdad era que deseaba acudir á la graciosa cita de su antigua novia. Cuando quedó solo se fué paso entre paso á la tienda de Crisanto á esperar la hora.
¿Y no haríais nada por evitar que me suicidase, prima? -No por cierto-respondí muy tranquila. ¿A qué entrometerme en lo que no me importa? Me gusta la libertad, y si tenéis ganas de abandonar este valle de lágrimas... ¡oh, Dios mío! no movería un dedo para impedíroslo. Que cada cual haga su gusto en vida.
Cuando ésta se hubo calmado llegaron á renovarla unos cuantos mozos de la Pola que entraron en la esfoyaza con más ganas de retozar y divertirse que de enristrar espigas. Los de Entralgo les siguieron el humor y por espacio de media hora aquel recinto fué una Babel.
Palabra del Dia
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