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Actualizado: 28 de julio de 2025


El ex-abate, al partir, se reía con muy buenas ganas del joven militar, á quien quería servir llevado de miras ulteriores, esperando un ventajoso arrimo en aquella situación política. El otro se dirigió á su casa, pensando á la vez en la repugnante astucia de don Gil y en los peligros de su aventura.

Al volver a casa por la noche, se puso a pensar en las negras, en su cuerpo color de betún, cubierto de sebo, y le parecieron repulsivas. Al imaginarse que abrazaba a una, sintió náuseas y le dieron ganas de llorar y de escribirle a su madre, residente en provincias, que acudiera inmediatamente como si un grave peligro le amenazase. Al cabo logró dominarse.

Aguarde usted; apenas me enteré de todo sentí ganas de irme a la cama, donde todavía estaba Antonio, para arañarle.... No se ría usted, doña Manuela; hubiera querido ser hombre, para hacer una barbaridad.... ¡Pero una vale tan poco...! Además, cuando se es honrada y se quiere al marido, se le tiene respeto y no se atreve una a ciertas cosas.

Pero quiso su mala suerte que Enrique vino a entender, por la contracción del rostro sin duda, las ganas que le retozaban por el cuerpo, y con tal motivo empezó a lanzarle unas miradas feroces, envenenadas.

Pero aguarde usted: como los señores que dirigen la cosa no están muy allá que digamos en eso de comedias, la hubieron de enviar a un cómico que dicen que es hombre que lo entiende, y tiene gran mano en las compañías: éste dijo que no valía cosa, y todo fue, según yo pude averiguar, porque no tenía él un buen papel para lucirse: recogimos la comedia, y éste le puso un papel que era lo que había que ver; volvió y dijo que tampoco valía nada, y fue, según me dijeron, porque el papel era muy largo y él no debe de tener muchas ganas de trabajar.

Repartió a cada uno tan poco carnero que entre lo que se les pegó en las uñas y se les quedó entre los dientes, pienso que se consumió todo, dejando descomulgadas las tripas de participantes. Cabra los miraba y decía: -Coman, que mozos son y me huelgo de ver sus buenas ganas. ¡Mire V. Md. qué aliño para los que bostezaban de hambre!

No tenía ganas el joven de explicaciones ni disputas aquella hora, y como era un poco tarde se apresuró a irse a la clase. Mas no tuvo sosiego en ella, ni cesó de pensar en lo que su hermano diría y haría. Esta perplejidad le arrancaba suspiros. El miedo, el pícaro miedo era su principal enemigo.

Yo me acuerdo de los tiempos de la Reina, de aquellos tiempos, hija, en que el pan estaba a doce cuartos las dos libras y en que había más religión, más aquel, más principios, en que los grandes eran grandes y los chicos chicos, y había más respeto a todo. Yo me acuerdo de aquel tiempo y me dan ganas de llorar. Aquello era ser Majestad, aquello era señoría y grandeza.

Amparo se perecía por los colores vivos y fuertes, hasta el extremo de pasarse a veces una hora delante de algún escaparate contemplando una pieza de seda roja: así es que los primeros días, el taller con su colorido bajo le infundía ganas de morirse.

Porque me va usted a pedir cosas que... me tendré que ir de la casa y no me trae cuenta, porque el señor, cuando venga, va a emplear a mi papá en consumos. Yo emplearé a tu papá y a toda tu familia. ¡Qué fuerte se conoce que le ha entrao a usted! Por supuesto que no me extraña, porque a mi señorita toos los hombres se la comen con los ojos...; verdad que se quedan iguales, con las ganas.

Palabra del Dia

perpetuaría

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