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Actualizado: 6 de junio de 2025


No les prevenga usted que estoy aquí, Bobart, añadió tranquilamente Fortunato; quiero gozar de su sorpresa. Estupefacto por la desenvoltura de Roussel, Bobart consultó á Clementina con una mirada. Ella asintió con la cabeza. Entonces el complaciente primo, adivinando que acababan de ocurrir acontecimientos de extraordinaria gravedad, se lanzó al jardín en busca de los jóvenes esposos.

El encanto, la gracia, la inocencia de la niña no lograron apoderarse por completo de la señorita Guichard, que no fué verdaderamente sensible más que al útil apoyo que le proporcionaba aquella criatura, en su lucha contra Fortunato.

Notaba el Magistral que su poder se tambaleaba, que el esfuerzo de tantos y tantos miserables servía para minarle el terreno.... En muchas casas empezaba a notar cierta reserva; dejaron de confesar con él algunas señoras de liberales, y el mismo Fortunato, el Obispo, a quien tenía De Pas en un puño, se atrevía a mirarle con ojos fríos y llenos de preguntas que entraban por las pupilas del Magistral como puntas de acero.

Clementina, después de haber pasado una parte de la noche rabiando y llorando, acabó por calmarse y se levantó con el propósito decidido de ceder en todos los puntos para no alejar á Fortunato, sin perjuicio de reconquistar, una vez realizado el matrimonio, todas las posiciones abandonadas.

Fortunato, sentado en una gran butaca y con una excelente pipa en la boca, leía tranquilamente su correo de la tarde, cuando la puerta, al abrirse bruscamente, le hizo levantar la vista.

Saltó al suelo y estrechó á su tutor entre sus brazos. Vamos; vístete, dijo Fortunato; vas á coger frío. Pero, ¿cómo es que llega usted tan de mañana? Tomé el vapor ayer por la tarde; he corrido toda la noche en ferrocarril y aquí estoy. Pero debe usted estar muy cansado.... Nada, absolutamente. Hablemos de ti. Durante este tiempo, Mauricio se había vestido.

Hablaba de repente, llamas de amor místico subían de su corazón a su cerebro, y el púlpito se convertía en un pebetero de poesía religiosa cuyos perfumes inundaban el templo, penetraban en las almas. Sin pensar en ello, Fortunato poseía el arte supremo del escalofrío; , los sentía el auditorio al oír aquella palabra de unción elocuente y santa.

Me ha contado que le había amado á usted mucho ... Y por su actitud, por el tono con que me hablaba, juraría que aún.... ¡Calla, desgraciado! interrumpió Fortunato con un ademán de horror. Gracias á Dios esto libre de ella y el diablo mismo no me haría ponerme voluntariamente en su presencia ... ¡Calla! ¿has cambiado la cabeza de tu desposada?

Cuando a Fortunato le ofrecieron el obispado de Vetusta, él vaciló; mejor dicho, se propuso pedir de rodillas que le dejaran en paz: pero Paula le amenazó con abandonarle. «¡Eso era absurdo!». Solo ya no podría vivir. «No por usted, señor; por el chico es necesario aceptar». «Acaso tenía razón». Camoirán aceptó por el chico... y fueron todos a Vetusta.

Dijo cosas desagradables á su sobrina, que no comprendía nada de todo aquello, y se acostó preguntándose qué mala partida podría jugar á Fortunato. La casualidad, ese cómplice de los que nada pueden, se encargó de proporcionarle un terrible desquite.

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