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No si herida en la raíz de tu virtud serena, mi audacia fácil añadió otra pena al calvario de penas de tu vida. Llorabas y reías. De tu boca, rojo nidal de sierpes del deseo, fluían en suspiros mil encantos... ¡Qué loco eres! dijiste. Y yo, ¡qué loca! Pero en medio de tanto devaneo, ¿lo recuerdas aún? fuimos dos santos. Julio, 1920. ESPA

En medio de una expansión placentera, cuando fluían de la boca de ambos alegres carcajadas, de pronto aparecía una arruga en su frente, quedaba repentinamente grave, luego sombrío y comenzaba a pensar y hablar de las desgracias que en pos de tales alegrías le podía aportar el Destino. ¡Si se muriese aquel niño! ¡Si Clara se quedase ciega como Visita! ¡Si él se arruinase y quedasen en la miseria sujetos a pedir limosna! ¡Si cualquiera de los dos enfermase y se viese obligado a permanecer en la cama paralítico como tal o cual persona de su conocimiento!

Cuando hablaba, sus palabras fluían de la boca raudas, interminables, con un dulce acento persuasivo que cautivaba y adormecía. El gracioso dejo de su charla andaluza realzado por una voz melodiosa como pocas obligaba á escuchar con placer las mil sentencias y graves consideraciones en que abundaba su discurso. Por lo cual vivía en el fondo de su alma apartada del mundo plebeyo que la rodeaba.

Bocas de minas que fluían la codiciada hulla manchando de negro los prados vecinos; alambres, terraplenes, vagonetas, lavaderos; el río corriendo agua sucia; los castañares talados; fraguas que vomitaban mucho humo espeso esperando que pronto las sustituirían grandes fábricas que vomitarían humo más espeso todavía.

Es la obra de un idiota o de un loco.» Y las carcajadas fluían de su boca y tenía que apoyarse en la pared para no caer de risa. Sigo caminando y unos cuantos pasos más allá, al dar vuelta a la calle del Príncipe, encuentro al mismo Sánchez Abellán.

Perdió el gusto de las francachelas en Puerta de Tierra, de la conversación, de la guitarra y las cañas y hasta de salir á la calle. Se hizo melancólico, taciturno, indolente: en sus miradas no brillaba aquella chispa de arrogancia que le daba ascendiente entre los hombres; de su boca no fluían las palabras chistosas y libres con que sometía á las mujeres.

De este modo las carcajadas fluían sin cesar. Mario se dejaba caer contra los quicios de las puertas y se quitaba el sombrero y se apretaba el estómago para no reventar de risa. Casi otro tanto le pasaba a Carlota. Ambos repetían a cada instante: ¡Dios mío, lo que se va a reír Rivera! De esta suerte caminaron alegremente la vuelta de su casa.

Mas no le bastaba con esto: sus cálculos estaban bien formados; pero eran cálculos al fin, que podían fallar, contra tantas probabilidades de que no fallaran: su situación, por consiguiente, era grave, gravísima; y lo probaba, además, aquella tirantez de espíritu en que él vivía, aquella opresión de su pecho, aquel nudo de su garganta que le parecía el manantial de donde fluían las lágrimas que le brotaban de los ojos en cuanto los ponía en la imagen de Luz, o el pensamiento en que pudiera perderla para siempre; y por ser tan grave la situación, no era para arrostrada por él, a solas con su inexperiencia y cargado de pesadumbres.

Fluían sonoras, homéricas carcajadas de su pecho levantado de esternón como el de un pollo: abrazaba a los amigos hasta asfixiarlos, y cuando el duque le dirigía alguna pregunta respondíale con cierto desdén desde la altura de su gloria. Y sin embargo, en aquel colosal negocio, él no llevaba ni un medio por ciento.

La pobre Laura, con su figurilla menuda y agraciada, con sus manos y mejillas de clavel, los ojos claros y húmedos, los labios rojos y sonrientes, y sobre todo, con las palabras amables que dulcemente fluían de ellos sin compostura, no era á propósito para inspirar temor á nadie. Pero la dama orgullosa y severa se había quedado por allá.