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Actualizado: 27 de junio de 2025


Y siguió el coche su camino, tras una afable despedida del caballero, que volvía a encerrarse en su empinado y estrecho valle del Nidal....

Llegando a la casona, ató la brida del animal jadeante en el aldabón de la portalada y llamó con mayor solemnidad y brío que lo hiciera en reciente ocasión don Rodrigo el del Nidal. No tenía Salvador cobardía ni miramientos como aquella otra vez que, a su regreso de Francia, esperó en aquel mismo sitio, sobresaltado por el eco arrogante de su llamada.

Repicaron pausadamente unas botas por el pasillo, y entró en la sala, sombrero en mano, vestido de negro, con rostro afable, algo impasible, el señor don Rodrigo Calderón, solariego del cercano valle del Nidal. Con acento muy frío y muy cortés, y lenguaje abierto y conciso, expuso a doña Rebeca el motivo de su visita.

155 Si salen a perseguir después de mucho aparato, tuitos se pelan al rato y va quedando el tendal: esto es como en un nidal echarle güevos a un gato. VI Desertor. Las ruinas del rancho. 156 vamos dentrando recién a la parte mas sentida, aunque es todita mi vida de males una cadena: a cada alma dolorida le gusta cantar sus penas.

Pero, así bramen vientos y se refosquen cielos, hacia estas islas sacras retornará sus vuelos, ¡como el ave que vuelve a su nidal de amor! Abril, 1920. Mujer, ¿te acuerdas? Con la sien caída, en tu palor marmóreo de azucena, desleías, como un alma buena, todo el rosal de una ilusión perdida. Aquella tarde fué.

Y, en alta voz, mirando compasiva al abstraído paseante, inquirió: Y don Rodrigo, el del Nidal, ¿no tiene poderío para terciar entre usted y la niña y hacerla salir de aquella cueva de lobos?

No si herida en la raíz de tu virtud serena, mi audacia fácil añadió otra pena al calvario de penas de tu vida. Llorabas y reías. De tu boca, rojo nidal de sierpes del deseo, fluían en suspiros mil encantos... ¡Qué loco eres! dijiste. Y yo, ¡qué loca! Pero en medio de tanto devaneo, ¿lo recuerdas aún? fuimos dos santos. Julio, 1920. ESPA

Casi no se advertía más movimiento que el piafar de los caballos y el batir continuo de sus colas espantando las moscas bravas y a ratos el «gué»... «gué»... de alguna gallina que salía de los pastos en busca de su nidal; ¡pero en medio del sopor de aquella hora bochornosa una racha helada cruzaba por la estancia!...

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