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Actualizado: 16 de julio de 2025


Y si este derecho no les pertenece, ¿quién puede impedirles que lo ejerzan?... El joven había vuelto confiadamente los ojos al Cielo, al Cielo que en otra ocasión había encontrado vacío, desierto, impenetrable: ella también lo miraba así. Y no sabía ya lo que en él podía ver, o lo que es peor, temía saber demasiado. ¡Florencia se había dado la muerte! ¡No había tenido miedo del juicio de Dios!

Pero tal expresión soberbia y feroz hacía aún más incitante su hermosura, porque gusta particularmente á la humana naturaleza lo inaccesible, y porque es opinión muy seguida entre los sabios que vale más el pellizco de la mujer arisca que el beso de la tierna. Miss Florencia, después de sentarse en la butaca, quedó con los ojos clavados en la lumbre.

Otras veces, para encarecer la sinceridad de su discurso, llevábase al pecho la diestra. Las sortijas de Florencia resplandecían. Sus manos eran harto hermosas y su extrema blancura denunciaba el uso nocturno del sebillo en los guantes descabezados.

Gozo en este silencio y en esta soledad junto a la gran chimenea del salón, y allí me recojo, abstraída en los dulces pensamientos de la eternidad, antes de sumergirme de nuevo en el movimiento y las vanidades del mundo. He tenido muy buenas noticias de Florencia, en donde se ha establecido mi hijo con su esposa.

Además, me desolaría ver nacer motivos de discordia entre ustedes dos, y por esto es por lo que quiero prevenirlos... Volveremos a conversar sobre este asunto, se lo prometo. En este momento, voy a comunicarle mis proyectos; espero que le agradarán: inmediatamente de nuestro casamiento, partiremos para Florencia; es una ciudad interesante que no le disgustará conocer.

Si las Beatrices de Florencia han fundado asilos parecidos, ¿por qué hemos de ser menos las de Francia? ¿Acaso nos ganan en belleza y son nuestros galanes menos enamorados? »Si el mar me ha embellecido, como oigo deciros á todas horas, debéisle un recuerdo á su playa.

Pero el amor humilde, abnegado, suplicante, de la Condesa Florencia, no había servido para redimir a Zakunine, y al pensar en el martirio de la infeliz, el magistrado se negaba a toda indulgencia, reconocía que así como aquel hombre violento había querido la mortificación de ese pobre ser delicado, también podía haber querido su muerte.

Pero lo que temía era que hubiera resuelto huir; no creía que tuviera la decisión de morir: ¡aun no la conocía!... Pasé una noche tremenda. Ella también la pasó en vela. Cien veces, mil, quise ir a buscarla, pero su puerta me estaba vedada. Por la mañana vino Alejandra a buscarme, a llamarme, con la intuición de una catástrofe. La prometí partir, pero antes quise ver por última vez a Florencia.

Un criado indiscreto dijo al cabo de algún tiempo á un vecino de Vegalora que aquella noche había visto por la rendija de una puerta á la condesa de rodillas ante miss Florencia. El conde, con el rostro más pálido que nunca, los brazos cruzados y un poco tembloroso, estaba en pie mirándola fijamente. Antes había percibido en el gabinete de sus amos ruido de pasos precipitados, voces y gemidos.

Dádmele acá, compadre, que precio más haberle hallado que si me dieran una sotana de raja de Florencia. Púsole aparte con grandísimo gusto, y el barbero prosiguió diciendo: -Estos que se siguen son El Pastor de Iberia, Ninfas de Henares y Desengaños de celos. -Pues no hay más que hacer -dijo el cura-, sino entregarlos al brazo seglar del ama; y no se me pregunte el porqué, que sería nunca acabar.

Palabra del Dia

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