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Señores oficiales, se conoce que hay chispa añadió el alcalde ordinario don Tomás Muñoz, y que era, en cuanto a sutileza, capaz de sentir el galope del caballo de copas . Pero no en vano empuño yo una vara que hacer caer mañosamente sobre esos pícaros que traen al vecindario con el credo en la boca. Donde se comprueba que a la larga el toro fina en el matadero y el ladrón en la horca

La nariz fina, linda, no formada aún completamente, como la de los niños, un poco arremangada; los labios también son infantiles, y parece que exhalan olor a bombones de chocolate.

Era guapo a lo romántico, de estatura regular, rostro ovalado pálido, de hermosa cabellera castaña, fina y con bucles, pie pequeño, buena pierna, esbelto, delgado, y vestía bien, sin afectación, su ropa humilde, no del todo mal cortada.

Y esto hecho, que el tal novel rinda gracias por ello ahí al sol, é que luego allí le vistan una camiseta muy pintada, y le pongan una manta muy pintada encima, todo lo cual sea ropa fina, y que le cuelguen de las orejas unas orejeras grandes de oro colgando, con un hilo colorado atadas, y que le pongan una venera de oro grande en los pechos, y que le calcen unos zapatos de enea, é que le pongan en la cabeza una cinta muy pintada, que llaman pillaca llauto; que encima desta cinta le pongan una patena de oro, y que hasta allí ningun mozo se la pueda poner, é si cosa fuere que allí se le olvidare de poner, nunca se le pueda poner en sus dias.

¡Si yo pudiera creer que al otorgarme este favor, usted se muestra bien dispuesta a acceder a mi petición! murmuró Huberto apoyando sus labios sobre la fina mano que la joven le tendía para darle un adiós definitivo.

Cabe anchurosa playa de fina y suave arena y al pié de una montaña cubierta de verdor, hallé en mi patria asilo bajo arboleda amena, y en sus umbrosos bosques, tranquilidad serena, reposo a mi cerebro, silencio a mi dolor. Hoja seca que vuela indecisa y arrebata violento turbión, así vive en la tierra el viajero, sin norte, sin alma, sin patria ni amor.

La sonrisa del cura le inquietaba, le hacía subir los colores al rostro. ¡Era tan fina y maliciosa! Es verdad, señorito... es verdad... es verdad... No me acordaba... Pero no tiene usted más remedio que ir á Madrid, señorito... no hay más remedio... Aquí se aburre usted... necesita usted más campo. Los jóvenes de provecho no pueden estarse en las aldeas toda la vida.

Arrancan de la tierra, rodeados de palacios, sus cuatro pies de hierro: se juntan en arco, y van ya casi unidos hasta el segundo estrado de la torre, alto como la pirámide de Cheops: de allí fina como un encaje, valiente como un héroe, delgada como una flecha, sube más arriba que el monumento de Washington, que era la altura mayor entre las obras humanas, y se hunde, donde no alcanzan los ojos, en lo azul, con la campanilla, como la cabeza de los montes, coronado de nubes.

La enferma estaba tranquila, el acceso había pasado. Sin embargo, la noche fué penosa. Angelina y mi tía se la pasaron en claro. Desde mi cuarto las oía yo que iban y venían. Entonces comprendí toda la abnegación de la doncella. Cuidaba a la anciana dulce y cariñosamente, con afecto de hija. Fina y bondadosa con todos, con ella extremaba sus delicadezas.

Por momentos, le nacía una suerte de voluptuosidad y de júbilo que inmediatamente huía: era como si el exceso de la emoción penosa necesitara el respiro instantáneo de un placer fantástico. En uno de aquellos relámpagos ficticios, le acometió la tentación de lanzarse riendo en medio de la sala, bajo la mirada de todos, para besarla en la blancura fina de la nuca.