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Actualizado: 15 de julio de 2025


El atavío de ésta realzaba, como había presumido bien, su espléndida belleza. Su gallarda figura parecía aún más fina y más esbelta con aquel traje ajustadísimo. Su linda cabeza rubia resaltaba sobre el terciopelo negro como una rosa blanca. El rey Felipe III hubiera trocado de buena gana su Margarita auténtica por ésta contrahecha.

El Magistral recordó que en aquella misma berlina u otro coche de la misma casa por lo menos, pocas semanas antes iba él llorando de alegría, llena el alma de esperanzas, de proyectos que le hacían cosquillas en los sentidos y en lo más profundo de las entrañas. Y ahora un presentimiento le decía que todo había acabado, que Ana ya no era suya, que iba a perderla, y que aquel viaje al Vivero era ridículo; que si estaba allí Mesía, como era casi seguro, todas las ventajas eran del petimetre. Vestía el Provisor balandrán de alpaca fina con botones muy pequeños, de esclavina cortada en forma de alas de murciélago. Tenía algo su traje del que luce Mefistófeles en el Fausto en el acto de la serenata. Había deliberado mucho tiempo a solas: ¿qué ropa llevaría? Cada vez le pesaba más la sotana y le abrumaba más el manteo. El sombrero de teja larga era odioso; demasiado corto era cursi, ridículo, parecía cosa de don Custodio; muy cerrado, antiguo, muy abierto, indigno de un Vicario general. ¿Iría de levita? ¡Vade retro! No, el cura de levita se convierte por fuerza en cura de aldea o en clérigo liberal. El Magistral muy pocas veces recurría a tal indumentaria. Oh, si le fuera lícito vestir su traje de cazador, su zamarra ceñida, su pantalón fuerte y apretado al muslo, sus botas de montar, su chambergo, entonces , iría de paisano, y la vanidad le decía que en tal caso no tendría que temer el parangón con el arrogante mozo a quien aborrecía. , a quien aborrecía. Don Fermín ya no se lo ocultaba a mismo. No daba nombre a su pasión, pero reconocía todos sus derechos y estaba muy lejos de sentir remordimientos. «

Esta barranca se componia; de dos varas de arcilla cenagosa amarilla rojiza, un poco untuosa y en la que no vi resto alguno de cuerpos organizados; de una capa de seis varas de arena muy fina, frecuentemente entremezclada con arcilla y con arcilla hornaguera negruzca.

Me da en la nariz cierto tufillo de noviazgo.... ¡Vaya un modo de velar por los intereses de mi primo, señor ingeniero! Y de seguro que en esos cajones hay algo más que planos y estudios. Cartitas de amor, con fina letra inglesa y alguna que otra falta de ortografía: tal vez flores secas y amados cintajos. Muy bien, señor ingeniero. Eso es muy propio de la seriedad de una oficina como esta.

Se le había torcido la boca, y arrastraba penosamente la pierna derecha. «Por Dios, Frasquito le dijo Doña Paca suplicante , no nos alborote. Está usted malo, y debe meterse en cama». Y salió también Obdulia declamando enfáticamente: «Frasquito: ¡una persona como usted, tan fina, de buena sociedad, decirnos esas cosas!... Tenga juicio, vuelva en .

Estaban los dos sentados junto a un velador cubierto con fina y blanca servilleta; cenaban con sendas medias botellas de Burdeos al lado, y llegaban al momento necesario de la expansión y las confidencias; Mesía melancólico, pasando a tragos la nostalgia de lo infinito, que también tienen los descreídos a su modo, inclinaba mustia la gallarda y fina cabeza de un rubio pálido, y parecía un poco más viejo que de ordinario.

En fin, que Doña Paca, con tal pintura, deseaba que fuese pronto la doncella fina para recrearse en el servicio que le había de prestar. Por la noche llegó Hilaria, que se inauguró dando a Doña Francisca un recado de Juliana, el cual parecía más bien una orden.

Las cartelas decían: «Tibia, peroné, maléolo interno, maléolo externo, tarso, astrágalo, calcáneo, escafoides, cuboides, las tres cuñas, metatarso, falanges, falangitas, falangetasEncima de la urna colgaba de la pared del fondo un cuadro pintado a la acuarela, que representaba una bota, de perfil, despidiendo rayos; en la cabecera, un letrero: «La podoteca ideal», y, en la parte inferior, una estrofa: «Aunque tan fina y lustrosa y de tan bellos perfiles, nadie, si la llevas, osa cortarte el tendón de Aquiles

Viedma, cuya imparcialidad era conocida, hablando de los Jesuitas, escribia en 1787 . «Estos religiosos, á impulsos de una fina política y dedicada aplicacion, consiguieron poner aquellos pueblos en el mayor estado de prosperidad, con los frutos de sus fértiles terrenos cultivados por los indios, é industriosas manufacturas que les fueron enseñando para el beneficio de ellos con maestros hábiles.

Calmándose de pronto, dijo: Ya que es usted tan bravo, ¿a qué no pone la mano sobre la mesa? ¿Para qué? Para clavársela con la mía. El inglés, sin vacilar, extendió su grande y membruda mano. El conde sacó del bolsillo un puñalito damasquinado, y puso la suya, fina, de caballero, sobre la del inglés.

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