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En su rabia, Gláfira insulta a Abu Hafáz y quiere matarle con un puñalito que lleva en la cintura. El la desarma y le paga su beso y sus insultos con un beso de vampiro. Se le ha dado en el blanco cuello; y a la luz de una lámpara, en un espejo de acero bruñido, hace que ella mire la huella que en su cuello ha dejado. Es el sello le dice de que eres mi esclava.

Calmándose de pronto, dijo: Ya que es usted tan bravo, ¿a qué no pone la mano sobre la mesa? ¿Para qué? Para clavársela con la mía. El inglés, sin vacilar, extendió su grande y membruda mano. El conde sacó del bolsillo un puñalito damasquinado, y puso la suya, fina, de caballero, sobre la del inglés.

La Caramba, ya quería matarle, ya quería morir ella por amor de él; pero de todos modos ansiaba ser amada. Consultó a una famosa gitana hechicera, que había entonces en Madrid, y esta gitana le vendió el puñalito con puño de oro para que le clavase en el corazón de la efigie, como la Caramba lo hizo. No por eso conquistó ella el vivo y verdadero corazón de D. Jacinto.

Porque si tanta sangre salía de las manos atravesadas por un estrecho puñalito, ¿qué cantidad no saldría del boquete abierto en mi estómago por una faca de siete muelles o por una lengua de vaca? ¡Cielos, una lengua de vaca! Se me erizaba hasta el vello de la nuca.

Pasaron todo el invierno en la soledad de la Cartuja. Ella, calzando babuchas y con el puñalito en la cabellera mal peinada, hacía la cocina animosamente, con la ayuda de una mozuela del país, que aprovechaba el menor descuido para engullirse los bocados destinados al «querido enfermo». Los chicuelos de Valldemosa apedreaban a los pequeños franceses, creyéndolos moros, enemigos de Dios.

La efigie, en suma, sobre poseer muy notable valer artístico, es digna de consideración por causas nada comunes. En el pecho, en el sitio bajo el cual debe de estar el corazón, lleva clavado un puñalito de fuerte acero y agudísima punta. Todo él, menos la empuñadura de oro, ha penetrado en la madera, impulsado por mano sacrílega.

Ahora iba derecho a su casa y le metía una bala en los sesos; ahora le aguardaba traidoramente por la noche y le daba con un palo de hierro en la cabeza, o bien le asestaba una puñalada con un puñalito cincelado que me regalaron la noche en que leí varias poesías en El Fomento de las Artes. De todos modos, aunque la forma variase, el fondo era siempre idéntico, ¡zas! y al cementerio.