Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 28 de junio de 2025


Isidro, avergonzado de su inacción, se dedicó a acompañarla cuando devolvía el género al taller, ya que no podía hacer otra cosa. La primera vez había dejado que la pobre Feli, arrastrando las piernas y llevando por delante sus pesadas entrañas, cargase con el fardo para llevarlo cerca de la Puerta del Sol.

Yo coroné vuestra obra con el éxito". Y después exclamar ante la patria: " ¡Salve a ti, encantadora Filipinas, yo te saludo, madre idolatrada! ¡Ya eres feliz, gloriosa y redimida! ¡Reina sobre la tierra libertada...!" Lucho, aunque el fardo del pesar me abrume, y bajo a la palestra sin recelos... ¡Triunfaré al fin! No soy cual ave implume incapaz de elevarse hasta los cielos...

El antiguo seductor se manifestaba en ella contrito y con grandes deseos de reformarse en lo tocante a la moral y las costumbres, y anunciaba en términos concretos que estaba resuelto a someterse a las leyes generales que rigen los destinos de la humanidad y la encaminan a lo infinito: hablaba de la necesidad imperiosa que siente el hombre de tener una compañera «que le ayude a soportar el fardo de la vidade los goces dulces e inefables del hogar doméstico, de los mutuos sacrificios.

Ahora bien: por grande que sea tu obcecación; por hermoso que se te pinte en los ojos lo que hay del lado de allá de la puerta, ¿te atreverás a entrar por ella con tal fardo de ignominias a la espalda? Esto es lo que has de meditar, hijo mío, con la cabeza fría y el corazón sosegado. Ángel no quiso oír más ni añadir una palabra. ¡Tan honda y tan negra le iba pareciendo la sima!

Iban a indignarse al ver que un hombre serio, de mayor edad que ellos y que jamás había intervenido en sus fiestas, se llevaba el objeto de sus alegrías. ¡Ojo, Fernando! Había que mirar con cierto cuidado a esta juventud insolente, de varias nacionalidades, que no tenía motivo para guardarle respeto. La niña va a caer sobre usted como un fardo pesado.

Doña Paula tampoco podía venir. Hacía tiempo que estaba delicada. Los médicos creían que su malestar y decaimiento procedían de algún trastorno en la circulación, una afección cardíaca, que podía con el tiempo ofrecer caracteres graves, aunque por entonces no los presentase. Cecilia había querido durante el viaje ayudar a su cuñado a soportar el fardo.

Las horas de agonía, implacables y torturadoras volvieron a empezar... Bajo el aliento de nuestras ardientes oraciones, los muertos amados volvieron a vivir ante nuestros ojos durante un segundo, para caer una vez más sin vida en el fondo de sus tumbas, cerradas para siempre... Sentimos que estaban bien muertos aquellos a quien llevábamos el fiel tributo del recuerdo... En dulce y plañidera cadencia cayeron entonces sobre ellos las oraciones finales que entonaba la voz del que presidía la procesión; diose la bendición, se restableció el silencio... y cada cual, alejándose del campo del reposo, fue a coger de nuevo el fardo de la vida, pensando en los que ya no existen...

Ninguna chanza alegre se escuchaba entre ellos como otras veces: ni una palabra salía de sus labios. Sus pasos sonaban huecos y lúgubres por la calzada pedregosa. ¡Así os vi cruzar por Entralgo con vuestras monteras sin flores, con vuestros palos enhiestos como una nube que avanza negra por el cielo para descargar su fardo de cólera sobre alguna comarca próxima!

Sólo quedó un viejo bebedor de opio, tumbado en un rincón como un fardo. Fuera se veía la multitud que vociferaba. Interpelé entonces a Sa-Tó, que casi se desmayaba, apoyado en la pared; nosotros estábamos sin armas, los dos cosacos solos, no podían rechazar el asalto.

Una platería de un chueta le retuvo largo tiempo. Admiraba las cadenas de oro hueco fabricadas para las payesas, los botones de filigrana con una piedra en el centro, reputando en su interior todos estos objetos como las obras más perfectas y maravillosas creadas por el arte de los hombres. ¡Si entrase en la tienda para comprar una docena de aquellos botones!... ¡Qué sorpresa la de la atlota de Can Mallorquí cuando él se los ofreciese para adornar sus mangas!... Seguramente que los aceptaría de él, un señor grave al que miraba con respeto filial. ¡Enojoso respeto! ¡Maldita gravedad la cuya, que le estorbaba como un fardo abrumador!... Pero el heredero de los Febrer, el descendiente de opulentos mercaderes y heroicos navegantes, tuvo que desistir pensando en el dinero que guardaba en su faja.

Palabra del Dia

metropolitanos

Otros Mirando