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Buda es su gran dios, que no fue dios cuando vivió de veras, sino un príncipe bueno, tan fuerte de cuerpo que mano a mano echaba por tierra a leones jóvenes, y tan hermoso que lo quería como a su corazón el que lo veía una vez, y de tanto pensamiento que no podían los doctores discutir con él, porque de niño sabía más que los doctores más sabios y viejos.

No le gustaba discutir y reía rara vez, pero su sonrisa estaba llena de una gracia afable que no carecía de grandeza. La alegría, convengo en ello, le hubiera sentado mal. Intentad representaros un don Quijote joven, vestido de frac. A primera vista no se distinguía más que por sus negros bigotes, puntiagudos, lustrosos.

Contigo no se puede discutir esto porque haces broma, como socorrido recurso de impotencia, desde que en lo íntimo eres tan creyente y tan cristiano como yo. ¡Qué voy a ser! ¡Eres! y eres porque es tu madre, en cuyo seno has bebido estas ideas y en cuyo hogar se cree en Dios y se observan los principios de la moral cristiana que mismo practicas a cada rato. Eso es cuestión de educación.

Con esta brusca interrupción del marino se hizo el silencio. Catalina puso un gesto triste, como si temiese que se reprodujeran ante Febrer las ruidosas escenas que había presenciado muchas veces al discutir los dos hermanos. Don Benito levantó los hombros y habló sólo para Jaime. Su hermano estaba loco: un corazón de oro, pero loco, rematadamente loco.

De esa manera me agradeces lo que hago por ti... ¿Pero qué mal hay?... Vaya, que es usted terca. Pues que no me voy, que no me voy. Sonó la campanilla. «¿Apostamos a que es ella?... Lo siento» dijo Guillermina, asomándose a la puerta. Jacinta no creyó prudente discutir más, y sin decir nada metiose en la alcoba, cerrando cuidadosamente las vidrieras.

Pero ¿es que no se puede discutir sin acudir á acusaciones? Sandoval protesta, y pide hechos componiendo un pequeño discurso. Pues hace poco hubo aquí un pleito entre unos particulares y ciertos frailes, y el General interino lo falló, haciendo que lo sentenciase el Provincial de la orden litigante, contestó Pecson. Y se echó otra vez á reir como si se tratase de una cosa inocente.

Al señor de Pavol le agradaba conversar y aun discutir. Y aunque hablaba poco, escuchaba con interés. Bajo una corteza rústica escondía conocimientos generales, elevado buen gusto y gran criterio unido a una altura de vistas especial. No era ni un santo, ni un devoto.

Pensar en el dinero y en lo que comeré mañana, comprar tierras, discutir con los labriegos, estudiar los abonos, tener hijos que me preocupen con sus resfriados y los zapatos que rompen; no llevar mis aspiraciones mundanales más allá de vender bien la cosecha. Hay momentos en que quisiera ser gallina. ¡Qué bien!

Como el escudero mantenía trato frecuente con algunos clérigos de las parroquias, oía relatar o discutir, a menudo, en los corrillos de sacristía, las tradiciones añejas de la ciudad, y, de esta suerte, su retentiva atesoraba admirables historias, que habían de servirle después para embelesar a las criadas o hacerse agasajar de barato en tabernas y pastelerías.

No era el caso de discutir proposiciones, sino de extirpar de cuajo las bubas aquellas y cicatrizarlas para siempre con el fuego purificador. Nada de complacencias, ni melindres. ¡La podrido a la hoguera, y amén! ¡Ah! ¡qué sería de España si llegara a verse desgarrada por una guerra de religión como las naciones del Norte! Sus enemigos no dejarían escapar la coyuntura.