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Según lo que pude colegir de las vagas indicaciones de la madre, no había gran seguridad de que lo hiciese. Halagando la pasión desenfrenada que ésta tenía por hablar, logré que me relatase la historia de la graciosa monja. No necesito advertir que primero le pedí la de la hermana María de la Luz. El amor me hacía un diplomático sutilísimo.

Patiño se mordía los labios de coraje. ¡Los buenos tiempos! ¡El, que pensaba que nunca los había tenido mejores! Pero con su inmenso talento diplomático sabía disimular y sonreía también como el conejo. ¿Cuándo te han comprado esa pulsera? preguntó Pacita a Esperanza, reparando en una caprichosa y elegante que ésta traía. Me la ha regalado el general hace unos días.

Su desprecio por los homenajes se los atraía más que a nadie y una palabra de aprobación o un gesto benévolo tenían más precio viniendo de ella que los más altos favores de las mujeres de moda. El día en que, en el curso de una conversación, declaró al señor de Candore que no le gustaban los jóvenes, el diplomático sintió casi fatuidad por sus cincuenta años.

¡Oh! ¿Y no se le ocurrió a usted la contestación a tan atrevido y antipatriótico aserto? preguntó con énfasis el diplomático. Yo le dije que aquí pensábamos arreglar todas esas cosas, y quitar la Santa Inquisición, y los diezmos, y los mayorazgos, como me decía el Sr. de Santorcaz. Doña María aferró sus manos a los brazos de la silla como si quisiera estrujar la madera entre sus dedos.

Mire usted que temo que surjan algunas dificultades por parte de su padre.... Es un hombre metalizado.... Francamente, no quisiera sufrir un desaire.... La marquesa quedó pensativa algunos instantes. Déjalo de mi cuenta. Haré lo posible por arreglarlo.... Pero es necesario que me prometas no dar un paso sin consultarme. Es un negocio diplomático que hay que llevar con prudencia y habilidad.

Sorpresa causó, pues, aquella noche ver entrar al peludo diplomático en el caritativo taller de las hilas y acercarse a la condesa con la más risueña de sus caras y el más expresivo de sus gestos; ella dejó escapar al verle una ligera exclamación de infantil alegría, y acrecentó el pasmo de todos gritándole con sus mimitos más suaves: ¡Butrón... un trapito!... Nada, nada, aquí no se quieren ociosos... Venga usted a sacar hilas conmigo... Allí, junto a , en mi mismo trapo...

El presidente del Casino en tanto, acariciando con el deseo aquel tesoro de belleza material que tenía en los brazos, pensaba.... «¡Es mía! ¡ese Magistral debe de ser un cobarde! Es mía.... Este es el primer abrazo de que ha gozado esta pobre mujer». ¡Ay , era un abrazo disimulado, hipócrita, diplomático, pero un abrazo para Anita! ¡Qué sosos van Álvaro y Ana! decía Obdulia a Ronzal, su pareja.

La corte imperial vería en esto una ambición política, un plan para ganar el favor de la plebe, un peligro para la dinastía... Mi buen amigo sería decapitado... Es grave... ¡Maldición! grité. ¿Entonces para qué he venido a la China? El diplomático se encogió de hombros; mas luego mostró en una sonrisa maliciosa sus dientes amarillentos de cosaco: Haga una cosa. Busque a la familia de Ti-Chin-Fú.

En nuestra vida de viajero y de diplomático hemos tenido ocasion de estudiar de cerca y con detenimiento las costumbres de las sociedades de Europa: en ninguna ni nunca hemos encontrado la admirable igualdad práctica de nuestra España, donde en rigor no existen clases: aquí, entre nosotros, lo mismo hoy que en tiempo del absolutismo, todas las carreras y dignidades del Estado han sido accesibles al pueblo; de sus filas han salido ministros, generales, obispos, estadistas, todo: hoy, como siempre, están abiertas á todas las clases de la sociedad española las carreras todas: no tenemos aristocracia de hecho: el clero, el pueblo, la nobleza, la clase media, se mezclan y confunden en sus reuniones, en sus enlaces, en sus actos todos de la vida pública y privada.

Que El Ariete habló largamente de la boda de la «hermosa Julieta de los Peñascales con nuestro compañero el distinguido escritor y diplomático don Arturo Marañas», no hay para qué decirlo, porque se supone fácilmente; pero, ¡ay!, a don Simón no le pasó de las narices aquel incienso: conservaba mucho más adentro el recuerdo martirizador de la palabra estúpido, con que le había calificado el mismo que quizá redactaba aquellos lisonjeros párrafos, y sabía de memoria los que había dedicado la misma pluma a su desastre parlamentario.