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Actualizado: 12 de junio de 2025
Que El Ariete habló largamente de la boda de la «hermosa Julieta de los Peñascales con nuestro compañero el distinguido escritor y diplomático don Arturo Marañas», no hay para qué decirlo, porque se supone fácilmente; pero, ¡ay!, a don Simón no le pasó de las narices aquel incienso: conservaba mucho más adentro el recuerdo martirizador de la palabra estúpido, con que le había calificado el mismo que quizá redactaba aquellos lisonjeros párrafos, y sabía de memoria los que había dedicado la misma pluma a su desastre parlamentario.
Merced a su estilo prodigioso, don Rosendo escribía con la misma facilidad un artículo sobre la libertad de cultos, que redactaba un informe acerca de la industria pecuaria. Sus enemigos decían que cometía muchos galicismos. ¿Y qué? En el mero hecho de prohijarlos un escritor de tal valía, dejaban de serlo, y se convertían en puras y castizas locuciones castellanas.
A la edad en que otros comienzan a ascender, ya él traía guirnaldas del Olimpo. En un mismo día, y en ocasiones en una misma hora, escribía un discurso, redactaba una carta, pergeñaba una revista, otorgaba una clase, leía un libro, hojeaba un folleto, traducía una fábula, hablaba de cosas fútiles con su familia y de cosas lisonjeras con sus amigos.
Los individuos de la sociedad católica fundaron un periódico, «La Era Cristiana», que, sea dicho de paso, y repitiendo las palabras del dómine, «es el papel que habla más alto en favor de la cultura villaverdina». Le redactaba don Román, ayudado por el exclaustrado y por Castro Pérez.
Ahora tenía como secretario á un periodista traído de la capital, joven poeta, que redactaba todos los decretos que el comandante de operaciones dirigía á los pobladores de su territorio, tratando en ellos muchas veces sobre los destinos de la humanidad futura y la revolución universal, como si fuesen dedicados á los habitantes del planeta entero.
Pasó ante mí, siguiéndolo, el viejo sargento del tiempo de Rosas, que se sentaba en la cuarta silla de la izquierda; el señor calvo que se reunía en uno casi invisible, con que quería taparse la oreja, los pocos mechones dispersos que poseía; el caballero cordobés que promiscuaba entre esta antesala y la de los demás ministros, y cerrando la marcha de la larga fila interminable, los habituales del despacho, los amigos de confianza: un señor, que más tarde he visto de comerciante de fuste, otro medio francés, que era periodista, y que después he encontrado de librero; un periodista fogoso, que luego ha sido orador político e historiador de vuelo, y un coronel, que según la voz corriente circulada por El Cascabel, que redactaba esa pléyade de inteligencias vigorosas, que después ha tenido tanta actuación en nuestra patria "comandó con gran denuedo los lanceros de la Muerte, que se murieron de miedo".
Además de Isaías, apelaba a la autoridad de Esdras, judío olvidado, y en varios de sus escritos figuraban cartas de rabinos conversos. Viejo ya, redactaba su famoso libro de Las Profecías, desvarío místico en el que hizo cálculos sobre la duración de la tierra, tomando como base los profetas bíblicos.
Palabra del Dia
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